Historia

Vida Religiosa

Desde los primeros tiempos coloniales, la actual región de Montes de Oro formó parte de la parroquia de Esparza, población que había sido fundada por Anguciana de Gamboa entre 1574 y 1575.

En cuanto a Esparza,
«Ya desde 1574 tenía su propio templo y con­vento y las labores de los curas eran sumamente intensas por la extensión del territorio que comprendía desde el Monte del Aguacate hasta el Río Salto, y la Jurisdicción Parroquial abarcaba ade­más de Cañas y Bagaces, San Mateo y la Región de Puntarenas.» (Blanco Segura, p.234)

Muchos años después, Montes de Oro pasó a depender de Puntarenas, ciudad que ya a mediados del siglo pasado contó con su parroquia. En lo que respecta a esta ciudad,
«En 1845 se autorizó la construcción del tem­plo y en 1850 fue creada la parroquia. En un principio fue administrada por el cura de Espar­za.» (Blanco S.)

Antes de la iglesia
Antes que fuera construida la iglesia de Miramar, la imagen de la Virgen del Carmen, la patraña de Los Quemados, permaneció en casa de quien fuera Ramón González. Esa casa se distinguía por aquellos tiempos, porque era de alto, y porque tenía «el cuarto de la Virgen», que así llamaban a la habitación en que permaneció la imagen antes de tener su propio tem­plo. (E. González)


Primera misa
Cupo a Miramar el orgullo de haber celebrado su primera misa, mediante oficio de Monseñor Bernardo Augusto Thiel. Ello ocurrió por el año 1884, cuando llegó por primera vez el Obispo de San José, Monseñor Thiel, quien ofició el culto en el patio de de la casa de don Ramón González. Para conmemorar el aconteci­miento, se plantó una cruz de madera que permaneció en el lugar por muchos años. (E. González)
Monseñor Thiel tuvo además otra intervención importante en la vida religiosa de la región:

«El 3 de febrero de 1896 el señor Obispo hizo un paseo hasta Los Quemados, donde su interven­ción puso fin a la cizaña que dividía a los habitantes de dicho pueblo de los del Tigre con respecto al sitio de la futura Iglesia, Por decisión última de S.S. ésta se edificará en el centro del nuevo cua­drante de la población de Los Quemados en un punto en extremo pintoresco de donde se admira la poética belleza del Golfo de Nicoya y de sus maravillosos contornos.» (Thiel, 1927, p.83y 84)

En el anterior templo católico, que en 1954 dio paso a la construcción del actual.

La primera iglesia
Poco a poco, las aspiraciones de los quemadeños por contar con su propia iglesia, y luego de haber sido superada la rivalidad entre los quemadeños y los tigreños mediante la intervención de Monseñor Thiel, se dieron los primeros pasos en esa dirección:
«La primera Iglesia Católica se comenzó a construir en el año 1903. Esta parroquia a medio construir fue destruida por el viento en 1905.» (ArguedasA.)
Sin embargo, la primera construcción de la Igle­sia de Miramar sólo pudo estar disponible hasta 1922, con la calidad de ermita, hasta que fue erigida en parroquia.
Un año después, o sea, en 1923, se emprendió la construcción de la ermita de San Isidro, cuyos planos fueron reformados «con la idea de darle la fachada de la Catedral Metropolitana».

Ahora bien, Miramar durante varios años siguió dependiendo de Esparza:
«Desde los comienzos y hasta 1935, la orga­nización religiosa de Miramar estuvo circunscrita a la Parroquia de Esparta y por ello tenía el nombre de Ermita de Miramar. Los sacerdotes de Esparta visitaban la Ermita de Miramar y efectua­ban oficios religiosos a saber: bautizos, matrimo­nios, etc. Monseñor Antonio del Carmen Monestel le dio el título de Parroquia en el año 1936, siendo el primer cura el Presbítero Feliciano Torres.» (Larios).


La primera misa celebrada por los miramarenses y su párroco, se ofició bajo un árbol de genízaro que se hallaba en Las Delicias, a cargo del Pbro. Feliciano Torres. El árbol referido fue derribado en 1958 para dar paso a la carretera, en tanto que los restos del sacerdote descansan en el atrio de la iglesia. (E.González)

Las gestiones por la Parroquia

Las primeras gestiones de que se tenga noticia, para que se nombrara párroco de Miramar datan de principios de 1920, según lo atestiguan las cartas que el Prbo. José Gregorio Aníbarro enviará al Jefe Polí­tico del cantón, cartas que hoy forman parte de la

El proceso de la construcción del nuevo templo, fue impulsado por fray Bernabé de Vilaller, quien aparece en la fotografía.

colección de documentos históricos de don Leonardo Jiménez Jiménez, quien amablemente proporcionó copia de las mismas, para incluirlas en este trabajo.
En la primera de esas misivas, el Pbo. dice con algún dejo de crítica que «se ha servido al fin el Señor Obispo erigir en parroquia ese Cantón», dato que es importante si se considera que oficialmente la parro­quia se erigió quince años después, hasta 1935, como se indicó arriba.
Dirigiéndose al Jefe Político, dice textualmente, en la carta del 28 de enero de 1920, el padre Aníbarro:
«Se ha servido al fin el Señor Obispo erigir en parroquia ese cantón del que UcL es muy digna autoridad política, y a mí se me ofrece el nombra­ miento de cura párroco, que acepto con gusto. Comprendo las grandes dificultades de una parro­quia incipiente. No hay en esa localidad casa cural y sin duda faltarán muchas cosas pertinentes a la administración de los santos Sacramentos y a los oficios divinos. Estas deficiencias podrán salvarse poco a poco contando con las excelentes dispo­siciones de un pueblo católico, y esto procuraré desde los primeros momentos, aprovechando la valiosísima colaboración de V., con quien deseo llevar una cordialidad perfecta para el bien gene­ al de mis feligreses.

Esta debe ser la actuación de todo sacerdote digno de su ministerio, y así, con toda franqueza me permito abrir a V., de par en par las puertas de mi alma, a fin de que, desde este momento, conozca V. la noble franqueza de mi carácter y tenga iniciación entre nosotros desde ahora mismo la mutua correspondencia de afectos, con dos polos correlativos para una sociedad, que por lo mismo que incipiente, necesita la perfecta armonía entre uno y otro mandatario. Veinticinco años llevo de vivir en Costa Rica, y, vencida ya la irreflexiva energía de los años juveniles, lo que me falta en vigor material, queda compensado con la madurez de juicio, hija legítima de la sacramental experiencia. Esta será la brújula de mis actos y sobre todo Dios y el pueblo de Dios, para quienes el sacerdote es lo que es en todos los momentos de su vida. Ignoro qué día del mes próximo tendré la satisfacción de estar en esa nueva parroquia. Ante todo necesito erecer de V. Estos dos favores: que se sirva indicarme el nombre del señor Mayordomo de Fábrica; que este señor se digne, para el día que yo señale, tenerme en El Roble, una bestia mansa y fuerte.

«Con toda consideración y respeto me suscribo de V. muy atento servidor y cape­llán.
José Gregorio Aníbarro
Avenida 8a. oeste – entre calles 8 y 10.

Esta iglesia fue construida por el maestro de obras Amoldo Silva y el miramarense Hum­ berto González, por encargo del Director de Obras Públicas Max Effinger.

Se deduce que el Jefe Político del cantón contestó inmediatamente por la vía telegráfica, al Pbo. Aníbarro, ya que sólo trece días después de la anterior misiva, es decir, el 10 de febrero, el sacerdote fechó la segunda carta, la cual iba en los siguientes términos:
«Tuve el honor de recibir su telegrama de fecha 3, y, cuando parecía ser un hecho la feliz erección de ese curato, resulta que todo ha caído en el sopor más profundo y misterioso. Hoy mismo, según me dicen, ha debido llegar a esa localidad el señor cura de Esparta con el objetivo de levantar censo de población, y persuadir al Señor Obispo de que Miramar no tiene habitantes suficientes para un curato independiente, ni sufi­cientes recursos para sostener el culto parroquial y al cura mismo. Su convicción
es ésta: dividir las parroquias, ni Esparta ni Miramar podrán mantener sus párrocos. Urge, pues, que cuatro o seis de los principales vecinos de su Municipio eleven inmediatamente al Señor Obispo una exposición, manifestando á S.S.I. lo que Miramar, por lo mismo que cuenta con vecinos para formar ya mi Cantón, también los tiene para formar una parroquia. 2o. que Esparta, contando sólo con su población civil ó cantonal, cuenta con muchos más habitantes que Miramar, muy capaces de sostener por sí mismos las necesidades del culto y del cura. 3o. que Miramar, población eminente­ mente agricultora y minera a la vez, no puede permanecer más tiempo sin la presencia de un sacerdote, que cuide de las conciencias cristianes. 4o. que, por mucho que se celo de los señores curas de Esparta, jamás podrán satisfacer las necesidad­es indispensables de los católicos de Miramar, entre los cuales, muchos, muchísimos mueren sin los santos Sacramentos. 5o. que ya la división del curato es una promesa, y no es posible defraudar las esperanzas de los vecinos de Miramar. Esta carta es un secreto para V. y para mí, pues deseo no tener conflicto con el padre Castillo. «Dígnese aceptar una vez más la estimación y respecto de su afino, ato servidor José Gregorio Aníbarro, Pbo.»

De los documentos anteriores se desprenden varios hechos importantes para la historia de Montes de Oro. Entre otras cosas, había una promesa previa posiblemente formulada por el señor Obispo, de erigir el curato de Montes de Oro; se habían encami­nado gestiones en ese sentido y en enero de 1920 el Obispo había adoptado la decisión de erigir la parro­quia y de nombrar al primer párroco, designación que había recaído en el Pbo. Aníbarro.

También se deduce que el padre Castillo, párro­co de Esparza (entonces llamada Esparta), inmedia­tamente se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y emprendió todo tipo de presiones sobre el obispado, para impedir la separación de Montes de Oro, para lo cual parecerían haber prevalecido razones de tipo económico, con prioridad de los intereses personales de él sobre los colectivos de la comunidad de Montes de Oro.

No se llegó a saber que resultado tuvieron las gestiones del padre Aníbarro, en cuanto a instar la pronta movilización dé los principales vecinos del Cantón para contrarrestar las presiones del padre Castillo. Lo cierto es que, probablemente debido a esas presiones, el pueblo oromontano tuvo que pade­cer la falta de párroco por unos trece años más.

Los párrocos de Miramar

En todo caso, se sabe con certeza que el nombra­miento del primer párroco de Miramar fue el producto de las gestiones de la población, que expresaba así su necesidad permanente por los oficios religiosos.
La versión que al respecto proporciona el trabajo de don Jorge Salas, es la siguiente:
«A petición de numerosos vecinos, el señor Obispo de Alajuela, Monseñor Antonio del Carmen Monestel, nombró cura de Miramar al Presbítero don Feliciano Torres, un español, muy simpático, quien falleció poco tiempo después de su nombramiento, pero dejó ya la inquietud en los vecinos de la localidad para un mejoramiento religioso. Este sacerdote fue nombrado el 1 de junio de 1935 y falleció el 2 de abril de 1936. Sus restos descansan en el mismo terreno en que está situada la iglesia del distrito”. (Salas)

Placa dedicada ál primer párroco de Mira- mar, el Prbo. Feliciano Torres, que se encuentra en los jardines de la Iglesia parroquial.

Desde esa época, Miramar ha contado con curas párrocos dedicados al servicio de la comunidad. Al padre Torres lo siguió el padre Elizondo:
«Fue reemplazado por el Presbítero don Paúl Elizondo quien también duró muy poco tiempo, por­ que fue trasladado a otro curato. Siguióle don Jesús Castro Vega, muy amable y simpático quien logró tener la amistad de toda la juventud miramarense por su don de gente. El señor Castro fue sustituido por el Presbítero don Manuel Quintana Salinas, sacerdote inteligente dotado de gran facilidad de palabra y magnífico colaborador de la escuela. Luego llegó el Presbítero Ortiz y actualmente (1952) atiende la feli­gresía el capuchino Fray Bernabé de Vilaller». (Id)
A los párrocos anteriores les siguieron, entre otros, los Prbos. Carlos Larios, Femando Quesada, Osvaldo Brenes, José Mana Galán y, nuevamente, el padre Carlos Larios. (E. González)

Primer bautizo

El primer bautizo que aparece registrado en el correspondiente libro de la parroquia, corresponde a 1922, debido a que anteriormente no se llevaban libros, que gran parte de los bautizos se realizaban en Esparza, o que se asentaban en los libros del sacerdote que llegaba a oficiar los sacramentos. Sin embargo, tiene valor histórico, como el primer bautizo realiza­do en la recién construida ermita de Miramar, el siguiente:
«En la Ermita de Miramar de Esparta a 3 de octubre de 1922. Yo, el Presbítero Salomón Valencia­ no, cura encargado de la misma, bauticé solemnemen­te a Jesús Rosa del Socorro, que nació el 30 de agosto de 1922 a las 3 horas. Es hijo legítimo de Luis Miranda y Josefe Arias. Son sus abuelos paternos Rafael Mi­ randa y Rafaela Segura. Sus abuelos matemos son Cipriano Arias y Angelina Quesada. Fueron sus pa­drinos Abel Sánchez y Geneveva Miranda a quienes advertí su obligación y parentesco espiritual. Firma: Salomón Valenciano». (Arch.Parroquial, Libro de Bautizos No.l, 1922, p.l)
En los Libros de Bautizos del Archivo Parro­quial, que constituye un valioso documento sobre la historia religiosa de Montes de Oro, aparecen ofician­do los sacerdotes Salomón Valenciano, Antonio Bermúdez, Fray Ángel de Olof, Venancio Oña y Martí­nez, Bruno Tricky, Jorge Wenning.
Consta también que en 1936, un grupo de padres franciscanos visitaron Miramar, encabezados por fray Dionisio de Llorenz, fray Miguel de Reymóndez, fray Agapito de Olof y fray Rogelio de Felim. (Libro de Bautizos, 1935-1974, Archivo Parroquial)
En otros oficios se mencionan los padres: Sergio Hidalgo (1937), Paúl Elizondo (1937-1941), Jesús Cas­tro Vega (1941-1943), Manuel Quitana Salinas (1944-1946), José J. Ortíz (1946-1949), Antonio Murillo Arias (1949-1950), Fray Bernabé de Vilaller (1950-1956), Carlos Manuel Larios (1956-1963), Femando Quesada Rojas (1963-1967), Osvaldo Brenes (1967), José Galán Becerra (1967-1970), Carlos Manuel La­ rios (1970). (Libro de Bautizos, 1935-1974, Archivos Parroquial)

Las ermitas de Montes de Oro

En 1989, además de la parroquia de Miramar, se hallan registradas once ermitas en el Cantón, en algu­nas de las cuales se oficia misa una vez por mes, en tanto que en otras se hace cada domingo. Tales ermi­tas son: La Unión, Palmital, Cedral, Arancibia, Bajo Caliente, Laguna, Tajo Alto, Río Seco, Zagala, Cabu­yal, San Isidro, en ésta última, con misa todos los domingos.

La ermita de La Unión, testigo de una época de riqueza material. Hoy representa la riqueza espiritual de esa comu­nidad.

La obra del Padre Larios

Es oportuno mencionar en este lugar, la impor­tante obra cumplida por el Padre Larios durante todos los años que ha dedicado al servicio de la comunidad oromontana, tanto durante el primer período de sus funciones, de 1956 a 1963, como en el segundo perío­do, que lo inició en 1972 y, dichosamente, dura hasta la actualidad.
Gracias a su esfuerzo, se cambiaron radicalmente las relaciones entre la 7 iglesia y la comunidad, y gracias a sus gestiones ante organismos del Estado, fue posible disponer de los fondos necesarios para realizar muchas obras públicas de beneficio general.

El Padre Larios. Su huella aparece en las obras trascendentales de la comunidad. Llegó a Miramar cuando era un ¡oven sacerdote, y ha dedicado el esfuerzo a una vida, a la supe­ ración de Montes de Oro. En la fotografía se le ve junto al vehículo rural obsequiado por la comunidad para facilitarle el , ejercicio de su ministerio en las zonas rura­les. Su esfuerzo le ha permitido al cantón contar con más y mejores servicios públicos, entre ellos la carretera desde Cuatro Cruces a Miramar, gestionada directamente por él ante el Presidente Mario Echandi.

MONSEÑOR MORERA: UN OBISPO RESPETADO POR SUS FELIGRESES

Los miramarenses, católicos practicantes sin fanatismo y creyentes fieles, todavía en tiempos de Los Quemados tuvieron el privile­gio de recibir al obispo Thiel.
Hasta los años sesenta de este siglo, la pa­rroquia de Miramar perteneció a la Diócesis de Alajuela, luego pasó a formar parte de la Diócesis de Tilarán, cuyo primer Obispo fue Monseñor Román Arrieta, sustituido por Mon­señor Héctor Morera, quien funge en la actualidad. Los oromontanos consideran que Monseñor Morera ha conducido la diócesis con apego a los principios cristianos, con la humildad que sólo proporciona la sabiduría, y que ha sido guía ejemplar para toda la grey, lo que le ha atraído la admiración y el cariño de todo un pueblo orgulloso de cultivar sus pré­dicas.

El Cementerio

Se sabe que el terreno donde se halla ubicado el cementerio fue donado por don Rafael Vargas, y aunque el primer entierro de que se tiene noticia se registró aproximadamente en 1901, se ha comprobado que mucho antes ese lugar se había comenzado a usar como camposanto.
Así, la tumba más antigua que se ha podido encontrar, con mucha seguridad pertenece a un esta­dounidense, dado que tiene una leyenda grabada en inglés, y aunque el nombre se desconoce porque esa parte de la lápida fue destruida, el hecho de ser de mármol y los datos legibles que contiene, permiten suponer que se trate de un importante funcionario de la mina La Trinidad.
La parte de la inscripción que se puede leer dice lo siguiente:

Acerca de la tumba a que pertenece la inscrip­ción, se contaba hace un tiempo una leyenda, según la cual dentro del mármol se encontraba un anillo muy valioso, perteneciente a ese ciudadano estadounidense­ , quien lo había exhibido en la mina La Trinidad durante el tiempo que ahí trabajó. A esa circunstancia se atribuye el hecho que la lápida hubiera sido des­truida, con el supuesto objetivo de dar con la joya aludida.
Es conveniente señalar que aunque oficialmente se señala 1900 como fecha de construcción del cemen­terio, ese año corresponde a cuando se cerró el lote con pretiles de piedra, pues desde mucho antes se enterraba gente ahí, como lo comprueba la inscripción mencionadas.
Se ha dicho que antes de ese local el cementerio estuvo en Las Delicias, donde hoy vive don Raúl González, pero eso no se ha podido comprobar y resulta poco probable, por los impedimentos que opondría al abandono de un campo, el espíritu muy religioso de los oromontanos. (E. González) En el cementerio se encuentran también enterrados hom­bres que lucharon por el desarrollo del Cantón, y cuyas lápidas aún se pueden distinguir pese al paso de los años.
En 1934 se construyó el muro alrededor del actual cementerio, en el terreno que donó para ese efecto, don Rafael Vargas, según recordaba don Carlos Gon­zález.
Es importante señalar el celo que los oromonta­nos han puesto en cuidarla última morada de quienes ríos precedieron. Un acuerdo municipal del 21 de se­tiembre de 1958, así lo testifica:

«A insinuaciones recibidas por esta corpora­ción para que no se permita la variedad de pinturas en los mausoleos del cementerio, porque esto pareciera indicar falta de seriedad y de respeto al camposanto, se acuerda:

Prohibir el uso de variedad de pinturas en el Cementerio, autorizando solamente el uso de pintura blanca y negra con la idea de que los trabajos presen­ten uniformidad, seriedad y respeto al camposanto.” (Libro No.9, Acta 8, f.38)

Una de las más antiguas tumbas que se en­cuentra en el Cementerio de Miramar, perteneciente a un estadounidense que al igual que muchos nacionales, fue devo­rado por las minas.

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