Historia

Origen y evolución histórica

ANTECEDENTES GENERALES

Puede decirse que existe consenso acerca de la antigüedad geológica de esta parte del globo terrestre. Se estima que hace unos 200 millones de años, la masa continental que hoy es América del Sur coronó el proceso de unión con la parte norte, dando lugar a la emergencia de la masa terrestre que hoy es el Istmo Centroamericano, tendido a manera de puente entre las dos grandes masas continentales del norte y del sur. (Brenes Q.)
En cuanto a la aparición del hombre en ese Istmo, aunque no puede establecerse épocas precisas, se han encontrado rastros y elementos qué prueban la actividad de grupos cazadores en terrenos que hoy pertenecen a la provincia de Guanacaste, aproxima­damente 9.000 años a.n.e. indicando una actividad humana de alcances significativos.
Los hallazgos arqueológicos más antiguos en­contrados en suelo costarricense, consisten en rudi­mentos de herramientas o instrumentos de caza, como puntas de piedra, con una edad probable de 8.000 a 10.000 años, época en la cual, dado el nivel de las investigaciones actuales, se estima la aparición de la especie humana en esta zona.

En varios sitios del país, incluyendo los terrenos aledaños a Guanacaste y a los montes del Aguacate se han encontrado piedras lasqueadas «que se supone corresponden a las primeras ocupaciones humanas». (De la Cruz, 1988, t.l p.191)
Alrededor del año 3000 a.n.e. se encuentran ya pruebas de sedentarización de grupos aborígenes en el actual territorio costarricense, aunque parece segu­ro que este proceso se inició muchos años antes. A partir de esa época, se hallan las primeras muestras claras de organización social definida, que demues­tran un alto grado de desarrollo económico de esas comunidades.
Los grupos primitivos que habitaban muchos lugares del continente, se mantenían separados, for­mando comunidades dentro de límites estrictamente familiares, en el marco de una cultura rudimentaria. En cambio los pobladores de esta parte y de esa época, mostraron ya un avance muy grande, según afirma el historiador Richard Konetze: «las familias ya se ha­bían unido en asociaciones tribales, y un adelanto ulterior se producía al agruparse diversas tribus en confederaciones. estatales». (Konetze) En relación con las culturas aborígenes, las principales tendencias se caracterizan de la siguiente forma:
«De manera particular las áreas culturales que se dan en Costa Rica son dos: el área de influencia mesoamericana y el área de influencia o de tradición suramericana. El área de influencia mesoamericana está ubicada exclusivamente en lo que hoy es la provincia de Guanacaste, la penín­sula y el golfo de Nicoya y el valle del Tempisque.
«El área de influencia suramericana cubre el resto del país en tres regiones particulares: la vertiente Atlántica, el área o valle central inter­montano y el pacífico sur». (Ekholm)
Ello indica que la actual región de Montes de Oro quedó en los límites entre las dos grandes áreas de influencia mesoamericana y suramericana, aunque ubicada dentro de la primera y con probados contac­tos con la nación mexica. Las culturas, como ya se anotó, fueron la Olmeca del norte y la Chavin del sur. Dentro de estos mismos conceptos, L. Ferrero descri­be la periodización cultural que culminó con el poblamiento y desarrollo de Miramar, de conformidad con los siguientes indicadores:

EPOCA DE LA CULTURA AUTOCTONA

Los primeros habitantes

De conformidad con estos datos, la región de Miramar se pobló unos 300 años antes de la ocupación española, es decir, que la cultura aborigen se asentó y desarrolló desde el año 1200 hasta la segunda mitad del siglo pasado, cuando debieron emigrar o debieron someterse a la nueva organización, bajo la presión de los colonizadores.
La cultura chorotega, que era la más desarrolla­da, se asentó, parte en territorio de la actual Nicaragua y parte en el noroeste del actual territorio costarricen­se. En este último se dividió en dos grandes unidades administrativas y poblacionales, rudimentos de na­cionalidades en cierne, que en la nomenclatura mo­derna equivaldrían aproximadamente a provincias.
«Una (de esas provincias originarias) llama­ da Nicoya, que comprendía toda la península de igual nombre hasta el lago de Nicaragua, así como algunas islas del Golfo de San Lucas (hoy golfo de Nicoya). La otra, denominada Orotina abarcaba el área aledaña al litoral oriental del anterior golfo, hasta punta Herradura…
«El territorio que actualmente corresponde al Cantón de Montes de Oro estuvo habitado por indígenas del llamado Grupo Chorotega; formó parte de la provincia de Orotina gobernada por el cacique Gurutiña». (Chinchilla; p.5)
Por lo demás, la región de Montes de Oro parti­cipó de la zona Intermedia de Mesoamericana, en donde se ubica el nacimiento y desarrollo de la agricultura americana.
De lo anterior se desprende que el territorio que hoy ocupa el Cantón de Montes de Oro fue el asiento, en épocas pasadas, de una población indígena prob­ablemente muy desarrollada, que se estableció mu­chos años antes de la dominación española, y que mantenía contactos comerciales y culturales con numerosos centros de población del norte y del sur.
Indicios importantes dan base para suponer la probable relación organizada entre los originarios pobladores del actual Montes de Oro, con el llamado Imperio Azteca cuya capital se hallaba en México Tenochtitlan, principalmente por la riqueza aurífera de la región.
Como muestras de la cultura de esos indígenas se ha encontrado objetos que demuestran un avance bastante marcado, en un nivel similar al de las restante población de la península de Nicoya. Dichos objetos presentan una gran variedad de formas y detalles que solamente pudieron ser el resultado de un alto domi­nio de la técnica y de una conceptualización muy desarrollada.
En cuanto a los materiales que utilizaban se halla el barro, la piedra y, sobre todo, el oro, lo que demues­tra que ya en la época precolombina se extraía y trabajaba el metal precioso, hecho que pudo haber llamado la atención de los colonizadores. Esto permi­te suponer también, que los pobladores originarios tenían un espíritu de adaptación bien marcado que seguramente dio rasgos propios a la vida local.
Es posible que este poblado indígena fuera co­nocido por los primeros españoles, dada la proximi­dad de los asentamientos europeos iniciales en Villa Bruselas, Aranjuez, Caldera, Esparza y Chira, y las amplias relaciones guerreras y comerciales, que esas comunidades aborígenes parecen haber tenido, tanto entre ellas, como con otras comunidades de otras provincias y de otras etnias. Villa Bruselas, fundada en 1524 en el litoral oriental del golfo de Nicoya, fue el primer asentamiento español en tierra costarricen­se, y se hallaba a no más de 20 kilómetros del actual Miramar.
Sin embargo, se cree que durante un lapso con­siderable, estas concentraciones de población posi­blemente permanecieron aisladas, y durante la época colonial fueron desapareciendo poco a poco, hasta que, a fines del siglo pasado, quedaron en el entonces pueblo de Los Quemados, muy escasos repre­sentantes de las etnias aborígenes.
Las personas mayores, descendientes de los fun­dadores de Miramar, recuerdan aún la existencia de lo que llamaban «el pueblo de indios», que era un barrio de la actual ciudad y que se extinguió definiti­vamente en la segunda década del siglo presente.

La cultura autóctona

El territorio que actualmente corresponde al Cantón de Montes de Oro estuvo habitado por chorotegas, integrados a la provincia de Orotina, la que se hallaba gobernada por Gurrutiña y era una de las cinco divisiones administrativas ocupadas por esa etnia. (Chinchilla; p.321)
En algunos lugares más próximos a Esparza probablemente se radicaron núcleos huetares, que se hallaban gobernados por Garabito, uno de los jefes indígenas que ofrecieron más resistencia a los con­quistadores.
Según otras referencias, parecería que grupos de otras procedencias también se habían asentado en las proximidades de Esparza. Por ejemplo, se cuenta que:
«A mediados del siglo XVIII observaron los vecinos ,de Esparza, y también algunos que habi­taban más al norte, cerca de la Cordillera de Tilarán, que de sus fincas desaparecían a menudo reses, vacunas y frutas, particularmente del potrero de la Guatusa en el Cerro Guatuso a tres leguas de la ciudad Una expedición ordenada por las auto­ridades penetró por ese lugar y dio con el rastro de unos indios desconocidos que vivían ocultos en las selvas hacia el Lago de Nicaragua. Entre estos indios por primera vez, se encontraron algunos indios de Boruca y Pacaca, refugiados allí para escapar a la dominación de los blancos.» (Gagini, p.53)
Probablemente este no fue un hecho aislado, sino, por el contrario, respondía al hecho que los indígenas llevados de otras partes, fueron desertando y estable­ciéndose en los alrededores, como ya se ha dicho, «para escapar a la dominación de los blancos.»
Fueron los Chorotegas quienes en mayor canti­dad y por más tiempo habitaron la región de Montes de Oro. La ubicación que en la historia se les da es variada, pero coincide en cuanto a que su afluencia fue mayor hacia el interior del país, aunque había núcleos Huetares y gran intercambio con comunida­des de esta etnia, pertenecientes a zonas aledañas.
Eso explica porqué varios de los objetos encon­trados en la zona corresponden a la cultura Huetar. Las piezas, en su mayoría de cerámica, dan testimonio de ese origen. Así lo sostiene el Obispo Bernardo Augusto Thiel:
«Los objetos arqueológicos del tipo Güetar, se hallaron esparcidos por todo el interior de la República, así entre los que se conservan, los hay que proceden de «Los Quemados.» (1951, p.8)
Se señala que los asentamientos del Pacífico Norte, entre los que se cuentan la mayoría de los correspondientes a Montes de Oro, al momento de la conquista se hallaban sujetos a los patrones culturales y organizativos mesoamericanos.
De conformidad con los usos y costumbres de esa etnia, los núcleos de población se organizaban alrededor de una plaza central rodeada de edificacio­nes rectangulares, dedicadas a usos específicos, y entre ellas se hallaban los palacios, sede de los gober­nantes y habitación de las mujeres de los mismos, otras servía de albergue a los jefes militares en tanto que las restantes se ocupaban para almacenar víveres y cocinar. (Hist. Gral; p.386 a 389)
«La práctica dé la agricultura, que se basaba en el cultivo del maíz, jugaba el papel más impor­tante en el Pacífico Norte. La preparación de los terrenos era favorecida por los bosques ralos y las sabanas que permitían el uso de la azada y la aplicación del riego» (Id. p.387)
El maíz fue el gran alimento, que se empleaba para preparar numerosos platos y bebidas. Utilizaban además los frijoles, la calabaza, los chiles y gran variedad de árboles frutales.

Desarrollaron una amplia cultura botánica, que les permitió desarrollar una medicina probadamente eficaz, la cual se perdió en gran parte durante la conquista y la colonia. (Cabezas)
En la producción artística se manifestaron con trabajos en cerámica y en oro, aunque seguramente esta última fue la más codiciada por los conquistado­res y de ella se encuentran escasos vestigios. Algunos autores los describen como sujetos a un régimen feudal:
«Tenían una organización que podríamos lla­mar feudal, divididos en pequeños señoríos, los nombres de cuyos caciques aparecen en los documentos antiguos, tributarios a su vez de grandes caciques o reyes, como los de Nicoya, Garabito y Guarco.» (Iglesias, p.17)
Junto con la caza y la pesca, se desarrolló la agricultura de algunos productos tales como el maíz, cacao, algodón, yuca y ciertas frutas.
Su vestido era generalmente de telas de algodón, o bien de fibras. Y en cuanto a las armas que emplea­ban, eran las comunes a los indígenas americanos, siendo las principales la lanza, las flechas y la maza.
Su división social era compuesta por nobles y siervos, dos castas cuyo carácter era hereditario. Exis­tía entre ellos un tanto marcada sumisión a los caci­ques como obediencia a los jefes de familia, lo que constituía la base del orden social. Hay que hacer mención de los sacerdotes, quienes ejercían la medi­cina, la hechicería y también funcionaban como adi­vinos, todo lo cual les permitía formar una clase privilegiada.
Sus mujeres además de ejecutar labores domés­ticas, cultivaban la tierra e hilaban y tejían el algodón.
Una nota sobresaliente es que ellos, pese a la sumisión a la autoridad superior, amaban la libertad. Eran astutos y muy desconfiados lo que definía muy bien su carácter. Sobre esa particularidad Juan Vásquez de Coronado los describió así:
«Son vivos de ingenio, belicosos, mayores de cuerpo que otros, bien hechos, imitan en la sutileza de las contrataciones a los mexicanos.» (Gagini, 1971, p.53)
Los indígenas fueron extinguiéndose en esa zo­na, hasta el grado que hoy, en Montes de Oro no se encuentran representante de esas etnias. Las causas de su extinción lógicamente fueron las mismas que con produjeron igual efecto en el resto del país y en todo el continente.
Las pestes y las enfermedades fueron causas muy importantes. Los indígenas sufrieron las enfermedades transmitidas por los españoles, para las cuales ellos no habían desarrollado defensas naturales, ni podían curar con su medicina, precisamente porque no las conocían.
Sin embargo, la causa más poderosa, al igual que en toda la colonia, probablemente fue el exterminio y la persecución de parte de los españoles. Muy cerca está Esparza y no muy lejos existió Villa Bruselas. O sea que Montes de Oro estaba en el centro de dos grandes poblaciones españolas, situación que muy probablemente influyó en forma decisiva en la desaparición de los indígenas. ‘

LA EPOCA COLONIAL

Aunque no existen documentos directos sobre la presencia activa de los españoles en el territorio de Montes de Oro, antes del siglo XVIII, es muy prob­able que hasta ahí se haya hecho sentir la influencia de Esparza y Villa Bruselas, y de otros asentamientos europeos, situados a corta distancia de lo que hoy es Montes de Oro.
Probablemente también, Gil González Dávila, cuando recorrió de Caldera hasta Nicaragua, tocó tierra oromontana. Y también, cuando en 1574, Alonso Anguciana de Gamboa fundó la Villa Espíritu Santo de Esparza, recorrió territorios de este Cantón.
Por lo demás, no hay duda que fueron numerosas las incursiones de los colonizadores, hasta que, en los inicios del siglo XVIII, se asentaron algunos núcleos dispuestos a explotar algunas minas, por lo menos las superficiales.

FORMACION DEL NUCLEO DEMOGRAFICO

Los datos históricos disponibles hasta ahora ubi­can como época de constitución del núcleo de pobla­ción de cultura hispánica, el año 1863 o uno posterior, cuando se menciona la aparición de los primero po­bladores.
Tradicionalmente en Montes de Oro se ha citado el año de 1864 como fecha de su fundación, aunque ambos datos se basan solamente en versiones que en algún momento han referido algunos de los descen­dientes de aquellos primeros pobladores.
Con todo, hay suficientes indicios para plantear la posibilidad que los señores González y Solano, los primeros inmigrantes de la época presente que hayan podido arribar en 1863.

Primeras versiones

Esta afirmación se sustenta, entre otras fuentes, en declaraciones de don Alfonso Estevanovich Gon­zález, descendiente directo de los primeros poblado­res, quien recuerda declaraciones de su abuela mater­na, doña Evangelina «Chola» González:
«Siempre nos dijo que 1864 era una fecha incierta alegaba abuela Chola que su abuelo, clon Ramón González, uno de los fundadores de este Cantón siempre le expresó que ya desde 1863 ellos habían asentado un centro de población cerca de esa región». (Entrevista)
Además, don Leonardo Jiménez Sánchez, hijo de fundadores, en entrevista que le hizo en 1952 la revista Costa Rica de ayer y hoy, expresó que la fundación de Los Quemados se había producido exac­tamente noventa años atrás, es decir, allá por 1862. (CRDAYHNo.15)
Otras referencias confiables, acercas de versio­nes atribuidas a aquellos habitantes originarios, vuel­ven legítimo pensar que ya en 1863 se hallaba cons­tituido el núcleo original, muy pequeño e inseguro, de lo que poco después sería el villorrio de Los Quema­dos.
En todo caso, es indudable que la nueva pobla­ción de cultura hispánica comenzó a llegar al territo­rio de Los Quemados, en la segunda mitad del siglo pasado y las fuentes mas autorizadas mencionan co­mo los primeros en llegar, a don Ramón González Alvarado y familia, y a don José Mana Solano, quien también habría llegado en compañía de familiares.
Se sabe con certeza que estos primero poblado­ res procedía de Alajuela y que debieron afrontar situaciones peligrosas debido a la feracidad de la naturaleza, incluida la amenaza de algunas fieras, lo cual les dificultó mucho su asentamiento.
Se cuenta que, debido a esas dificultades, clon José María Solano tuvo que regresar a Alajuela, pero insistió en afincarse en Los Quemados: «estableció sus dominios en Las Delicias; siempre anduvo acom­pañado de su rifle, terciado al hombro, lo mismo que su filoso cuchillo colgado al cinto». (Salas)
De esta manera llegaron y fueron asentándose los parientes de don Ramón González Alvarado, y don Celso González, también alajuelense posteriormente lo hicieron los señores Antonio Vega y Juan Simón Jiménez, este último:

«Primer Juez de Paz que tuvo el villorio de Los Quemados; cuentan que fue persona de reco­nocida oratoria, de marcado conocimiento comer­cial en el aspecto de granos y abarrotes. Años más tarde se estableció y extendió sus propiedades hacia Río Seco.» (Id)

Poco tiempo después llegó don Pedro José de los Santos González acompañado de su hijo Manuel, quien se dedicó exclusivamente a la caza, Se sabe con certeza que Manuel, en sus interminables andanzas de cazador por los montes del norte de Miramar, tuvo la feliz curiosidad de recoger, observar y clasificar las piedras brillantes que encontraba en distintos lugares.
«Esta circunstancia lo hizo ser el descubridor de las minas de oro Providencia, Monte zuma y Bella Vista, de las cuales las dos últimas aún son explotadas». (Id)
En el trabajo de doña Estela González, varias veces citado, se refieren los hechos de la siguiente manera:
«Según se dice, en 1864, el alajuelense don José María Solano se vino a vivir a Los Quemados para «probar suerte». Contagiados por su arrojó, le siguieron sus amigos Celso González, Ramón González, José María Segura, Juan Simón Jimé­nez, Trinidad Campos, Antonio Vega y Pedro de los Santos González. «Con troncos, bejucos y palmas, construyeron sus viviendas en el lugar que hoy se llama Las Delicias. Cavaron pozos para extraer agua, levantaron pretiles con piedras para ence­rrar el ganado, que con dudosos procedimientos, adquiría en Chomes un señor de apellido Herrera.

«Con prontitud aprendieron a defenderse de
fieras y serpientes que asechaban por doquier. (E.González)


Los Quemados
Como se ha dicho, el primer nombre del actual Montes de Oro fue Los Quemados. Los originales pobladores del lugar a través de sus descendientes, proporcionan las versiones más autorizadas sobre el verdadero origen de ese nombre, explicaciones que son verosímiles y muy lógicas.
A decir de doña Juanita Altamirano de Solano, se debió a los frecuentes incendios que se originaban en las hogueras de los cazadores que acampaban en los montes. Doña Juanita, viuda de José María Solano, quien fuera hijo del fundador del mismo nombre, concedió en 1930, una entrevista con Juan Bautista Quirós, en la Sierra de Abangares. En esa oportunidad dijo: «Se llamaba Los Quemados, porque todos los años los cazadores prendían fuego en los chumicales para facilitar la cacería en aquellos lugares”.
Agregó en la misma entrevista que la zona, debido a los fuertes vientos, era proclive a los incen­dios, a propósito de lo cual narró su caso familiar:
«Allá por 1865 fue la primera vez que se nos quemó el ranchito; me dio mucho miedo porque nos quedamos viviendo debajo de un árbol de nance; y el año anterior en ese mismo rancho, dejóme Chámara (así apodaban a su primer espo­so, José María Solano), en poder de una hija y se llevó el rifle para la Barranca. El rancho tenía sólo una puerta, yo encerré el ternerito. En el ‘rancho y nos acostamos. Muy tarde de la noche ladraba el perro y la vaca balaba, me levanté y un enorme tigre trataba de forzar la entrada al rancho, pero la vaca se portó como muy buena centinela”. (Mo­ra Villalobos)
De paso hay que mencionar que el tigre siguió apareciéndose durante mucho tiempo en aquel lugar, y que por ello, según la versión de doña Juanita, a aquel sitio se le llamó El Tigre, el mismo que hoy se conoce como San Isidro.
La muy autorizada versión de don Carlos Gon­zález, hijo de uno de los fundadores del Cantón y en cierta forma, testigo de oídas de tales acontecimien­tos, confirma la versión, pues asegura que ese nombre derivó del hecho que los primeros habitantes, acos­tumbraban ir de cacería por los montes del norte de Miramar, donde tenían que pernoctar alrededor de hogueras que encendían para calentarse y ahuyentar a los animales. Otras veces encendía fuego para ca­lentar los alimentos o cocinar parte de la caza.
Recordaba don Carlos González que con fre­cuencia, en especial durante el verano típicamente ventosos de la zona, aquellas hogueras se reavivaban con el viento y quemaban extensiones de terreno, que más tarde podían verse desde puntos muy distantes. Aquel panorama compuesto por numerosos espacios quemados, dio por resultado el nombre con que se conoció durante mucho tiempo el actual Cantón de Montes de Oro. (Entrevista)


El cambio de nombre
Como se dijo, anteriormente, Montes de Oro fue el Distrito 6o. del Cantón Central de Puntarenas, con el nombre de Los Quemados. Ya en 1882, Los Que­mados pasó a denominarse Miramar, que hoy es la cabecera del Cantón de Montes de Oro, topónimo éste que deriva históricamente del descubrimiento, en 1864, de las primeras vetas de oro que fueron descubiertas por don Pedro de los Santos González y más propiamente por.su hijo Manuel, en el lugar que entonces se identificaba como Los Quemados.
Posteriormente descubrieron otras vetas de ese mineral en los lugares denominados: Providencia, Montezuma, Bella Vista y La Trinidad. (Azofeifa) Así quedó consolidado el nombre de Montes de Oro. En cuanto al nombre de Miramar, las versiones son un tanto distintas y probablemente todas tengan consid­erable grado de veracidad, pues podría ocurrir que con el paso del tiempo se haya modificado la apreciación
de algunos hechos.
Así, según don Juan Bautista Quirós, se empezó a llamar Miramar por que don Francisco de Paula Amador, quien era Munícipe de Puntarenas, visitó el lugar y «parado ahí frente al sitio donde está la plaza dijo que aquello no debía llamarse Los Quemados sino Miramar, pues desde la plaza se veía muy bien el mar y el Puerto de Puntarenas. Entonces, por mondón de Amador se hizo una gestión al Gobierno para que en adelante se llamará Miramar. (Mora Villalobos)
Según los recuerdos de don Leonardo Jiménez y según se ha narrado en otra parte, Miramar debe su cambio de nombre a la iniciativa de José Antonio González, quien en esto actuó apoyado por don José María Segura. Según esta versión, «González era quemadeño. Segura, fuerano. El uno se proponía una cosa y el otro lo secundaba. Y así estuvieron siempre ayudándose uno al otro», como ocurrió con la pro­ puesta del cambio de nombre.
Con todo, la versión probablemente más autori­zada, por haber sido referida por el testigo directo de los hechos, como lo fue don Carlos González Corde­ro, en entrevista sostenida con el autor de este trabajo, el 24 de septiembre de 1988, confirma la participación decisiva de José Antonio González, quien se pronun­ciaba por el nombre de Montes de Oro para sustituir el de Los Quemados. Sin embargo, a decir de don Carlos, la tía de don José Antonio, doña Rufina, insistía en que debería llamarse Miramar.
Por esa época, visitaba con alguna frecuencia la región de Los Quemados, don Rafael Iglesias, quien fuera Presidente de Costa Rica y que, por lo demás, era muy amigo de la familia González y en espacial de doña Rufina. Fue precisamente a él a quien le tocó dirimir la controversia, hasta encontrar la fórmula de compromiso que aceptaron los dos proponentes, y según la cual, el Distrito pasó a llamarse Montes de Oro y la cabecera Miramar. Fue esta decisión ja que más tarde habría de promover don Francisco de Paula.

Años más tarde, don Rafael Iglesias mandó a levantar los planos del cuadrante ¡de Miramar, que había sido trazado a fines del siglo pasado. Además, el Congreso de la República, tomando en cuenta los hallazgos de Manuel González que fundamentaban las gestiones de los oromontanos, por Decreto No.42 del 17 de julio de 1915, Los Quemados pasó a ser el Cantón No.4 de la Provincia de Puntarenas con el nombre de Montes de Oro, y Miramar fue ungida la capital cantonal.
Es oportuno referir que, en la misma entrevista arriba mencionada, don Carlos González recordó que ya en 1905, se encontraban trazadas las calles de Miramar y pegados los árboles que se habían sembra­dos en sus orillas, y que el terreno destinado a la plaza, seguramente fue donado por el mismo Presidente Iglesias.
Cuando se proyectó la carretera nacional, y más propiamente cuando se iniciaron sus trabajos, y cuando se difundió la existencia de metal precioso, se abrieron muchas expectativas, tanto para la explotación agrícola como para la minera, mucha gente acudió a talar montes y a buscar minerales auríferos, y Los Quemados entró en un rápido proceso de población.

La fotografía histórica recogió el momento en que se declaraba inaugurado el nuevo edificio de la que hoy es la Escuela José María Zeledón Brenes.
El acontecimiento tuvo lugar, el 15 de septiembre de 1957.
En las aulas de este centro de estudios, se ha n formado los niños de Montes de Oro, que hoy son los dirigentes comunales, los empresarios y los políticos que hoy dirigen los
destinos del Cantón.

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