Historia

Desarrollo minero

DESARROLLO MINERO

Como se ha dicho, don Manuel González, hijo de Pedro de los Santos, en sus correrías por el campo recogía piedras curiosas que al ser examinadas por un experto se descubrió que contenga oro. Fue así como se encontraron las minas La Providencia, La Trinidad y Montezuma. En el Museo Nacional se encuentran algunas de las primeras piedras extraídas de estos yacimientos.
No existen estimaciones completas ni suficien­temente confiables sobre la riqueza original de los yacimientos ni la magnitud de la producción, además que se desconoce el destino exacto de sus beneficios.
En la edición del 6 de agosto de 1974, el diario La Nación publicó una entrevista con uno de los más viejos mineros de Montes de Oro. En uno de sus pasajes relata lo siguiente:

«El diálogo se entabló entre don José Arguedas González, de 89 años de edad… el anciano de largas barbas y aspecto patriarcal…
-¿Cómo fue que llegó usted a Miramar?
-En el tiempo del fusil de chispa fue. Hace, fíjate vos, 67 años de estar aquí. Eran .los tiempos de Mr. Popphan.

-¿De dónde es usted, don José? -Yo soy de Atenas, sí señor.
-Anjá. ¿Ycómo era esto cuando usted llegó? -Idiay, un gran montón de gente; viera usted.
Cientos de hombres. Bueno, yo estuve tam­ bién en el Aguacate y en Abangares.
-¿Sacaban mucho oro en aquellos años?
-¡¡Uuuu… montones!! En bestias y con bueyes; todas las semanas se iba el gran montón de oro en barras».

EL ORO EN COSTA RICA

Como lo señala un autorizado autor, la historia minera del oro comenzó mucho antes que los españo­les tocaran tierra costarricense de la costa atlántica en 1502, y se sabe que entre los primeros trabajos se encontraron los realizados por los Brunkas, quienes extraían oro de placeres.
El nombre de Costa Rica fue adjudicado a este territorio, precisamente por la seguridad que los españoles tuvieron acerca de su riqueza aurífera, lo que se refleja en el hecho que en los primeros años de coloniaje, entre 1502 y 1526, los europeos se dedica­ ron casi exclusivamente a buscar y llevarse el oro.
En época tan temprana como 1783, los reyes de España dictaron el primer Código minero, conocido como «Ordenanzas de Nuevo México”, compuesto de 314 artículos…
«distribuidos en 14 títulos que trataban del dominio y adjudicación de las minas, del trabajo y seguridad, desagüe y ventilación, de las sociedad­ des y compañías mineras, del trabajo de los ope­rarios, de los peritos, de la enseñanza y privilegios mineros, etc., por lo que, según palabras del Dr. R. Fuentealba fue un verdadero Código Minero. Los denuncios mineros eran contratos a perpetuidad».
Esas ordenanzas, que sin duda fueron dictadas por la importancia de la explotación minera, rigieron en Costa Rica hasta 1953, cuando se dictó el nuevo Código de Minería.
Los datos comprobados sobre el inicio de la explo­tación minera señalan el año 1815, aunque es comple­tamente seguro que antes de esa fecha lo habían explo­tado los aborígenes y los primeros europeos.
Aquellos datos indican que por esa época, se abrieron las primeras minas en la zona del Monte del Aguacate, debido a que se hallaba en la ruta hacia la costa pacífica, por donde pasaba la mayoría de los viajeros.
De acuerdo con la exposición de Fránz Ulloa, la historia minera de Costa Rica se divide en tres ciclos, el primero de los cuales se extiende de 1821 hasta 1843, y corresponde a los descubrimientos, exploraciones y explotaciones realizadas en los Montes del Aguacate. Se conoce que, entre 1843 y 1890, la actividad minera decayó, dando paso al surgimiento de lo que se conoce como los «coligalleros” u «oreros».
El mismo autor señala que el segundo ciclo minero va de 1890 a 1930, época ésta en que se desarrolló la inversión extranjera y se efectuaron nuevas exploraciones y descubrimiento, incluidos los de Míramar, Guacimal y Abangares. De 1930 a 1970 se registró otro período de decadencia minera, pero se desarrollaron las investigaciones geológicas del país.
Por último, en 1973 se inició el tercer ciclo minero, en el. cual aumentó el precio del oro en el mercado mundial, cuando Estados Unidos rescindió el acuerdo del Bretton Wood, lo que determinó el alza desde $36 hasta $200 el precio de la, onza troy.

A decir del mismo autor, el tercer ciclo minero apenas está surgiendo con una característica especial, por primera vez el Estado va a desempeñar las labores expuestas en el Código de Minería, con una nueva con­ ciencia de lo que representan los recursos minerales para el desarrollo del país, además, de estar tratando de cam­biar el Código de Minería por una nueva Ley de Minería, la cual promoverá e incentivará el descubrimiento de minas en el país.

El Compadre Lidió. Los mineros recuerda siempre a don Lidio Blanco, quien fue uno de ellos y honró su oficio. En la fotografía, don Li dio, a la derecha, acompañado por el Sr. López, a la entrada de un ‘túnel’ en Bella Vista. Don Lidió se distinguió además como escritor y político. Fue Ejecutivo Municipal y gran lu­chador por la democracia.

Importancia

En términos generales, para Costa Rica, la in­dustria minera fue por mucho tiempo, un factor muy importante en la economía nacional. Hubo grandes explotaciones de yacimientos auríferos en las provin­cias de Guanacaste, Puntarenas y Alajuela.
Los centros de mayor producción fueron Aban- gares, y las minas del Aguacate. Les siguieron La Unión de Miramar, Montezuma, Sacra Familia, El Líbano, La Trinidad. (Vargas, 1958)
Se reconoce que, entre los yacimientos auríferos más ricos hasta ahora conocidos está Bonanza de Miramar. Esas vetas eran riquísimas y se encontraba el oro en estado natural que los mineros y coligalleros llamaban escarche. (Id)
En otro aspecto, se ha podido establecer la íntima relación que se dio entre la explotación minera y la clase dirigente de la sociedad costarricense, dado que, los más importantes mineros o sus descendientes aparecieron en los registros económicos, como grandes cafetaleros. Uno de los ejemplos más claros es el caso de Buena­ ventura Espinach, español, quien llegó a Costa Rica en el transcurso de 1824. (Araya P., 1973, p.49)
«La primera actividad que emprendió don Ventura fueron las minerías; sacó una fortuna del Monte del Aguacate, cuyo oro le facilitó recursos suficientes para emprender en grande la siembra de café. Hacia 1840 tenía sembradas 100 manza­nas de café en San Joaquín de Heredia, en la Hacienda La Soledad, donde construyó el más grande, el más perfecto beneficio que hubo en Costa Rica y posiblemente en Centro América». (Id p.5l)
Ese mismo hecho explica la relación que se dio entre los cafetaleros costarricenses y los empresarios ingleses. Como también lo señala Araya Pochet:
«Resulta interesante también observar que existió una estrecha relación entre los mineros y el
poder político. Varios mineros ocuparon puestos ? destacados en la Administración del Estado. Ejem­plo de ello: Manuel Aguilar, Jefe de Estado (1837- 1838) y Miguel Carranza, Presidente Conservador (1838)».
Por lo demás, tal como señalan varios autores, los empresarios mineros tuvieron mucha importancia política, desde los primeros días de la Independencia, pudieron influir decisivamente sobre el naciente estado, y conocidos mineros ocuparon puestos de poder en el gobierno, al grado de haber dictado una legisla­ción en su propio benefició. ‘
En cuánto a las ganancias que se obtuvieron con
la explotación del oro, es prácticamente imposible calcularlas, tarea que aún hoy en día es muy difícil.
Es importante resaltarla gran cantidad de oro en barras que salió del país, sin que se dieran cuenta de ello ni siquiera los mismos mineros:
«Fueron millones y millones de colones los que salieron del pais a espaldas de los costarricenses, y lo que es peor, sin pagar ningún tipo de impuesto, dejando, por otro lado, las tierras ya explotadas en una situación de abandono, miseria y desolación… Recábese en la mismísima historia patria, si no se cree en el número de lingotes que salían directamente hacía Estados Unidos…»

Condiciones de trabajo

De conformidad con el mismo trabajo de F. Ulloa, la tecnología que inicialmente se empleó en la -explotación minera fue muy deficiente, de carácter superficial, debido a la poca inversión de capital.
En 1825 no existían máquinas trituradoras que aumentaran la productividad, de manera que se utilizaba el procedimiento de la amalgama de mercurio, cuyos orígenes se remontan a 1556, cuando fue intro­ducido en las minas de México y Perú.
Hasta el arribo de las compañías extranjeras empezó a ingresar maquinaria y tecnología para las explotaciones mineras y, consecuentemente, aumen­tó la productividad y pudieron explotarse minerales de menor contenido aurífero, pues con los métodos tradicionales generalmente se extraía sólo el mineral más accesible.
Cabe señalar que, entre los nuevos empresarios e ingenieros mineros vino el inglés Ricardo Trevithick, «considerado el padre de la moderna locomotora de vapor e inventor de un taladro para roca muy eficiente». (Vega Carballo, p.52)
A propósito de las minas de Abangares, Guiller­mo García describe las primeras explotaciones como. muy rudimentarias, pues los mineros trabajaban a orillas de las. quebradas, ayudándose con una rastra o molinete, en cuyo centro se levantaba verticalmente un eje de madera, sostenido en la parte superior por un marco de madera.

Narra que se le echaba un poco de escarcha o pepita de oro puro y se hacía girar la piedra de encima, con el cuidado dé echarle agua constantemente. Por ello es que se trabajaba junto a las quebradas.
En el caso de los molinetes, la presión se hacía a mano; en las rastras la presión era ejercida por las piedras grandes que, amarradas con cadenas, pendían de un palo que hacía cruz con el eje principal.
Estas fueron las formas típicas en que se tritura­ba el material bruto años del siglo pasado y princi­pios del presente. Actualmente, en cambio, se utilizáis procedimientos mecánicos y químicos.
Narra el mismo autor que, para extraer el oró de la mina, los mineros, dirigidos casi siempre por capa­ taces o ingenieros estadounidenses y ingleses, tenían que cavar túneles o galerías en el interior de la mon­taña, que a veces alcanzaban hasta 500 metros. Los pozos llegaban a tener hasta 600 metros de profundi­dad. De allí el enorme peligro que-corrían los trabajadores. Al excavar, los mineros tenían que tener mucho cuidado, pues la roca podía desplomarse sobre ellos y sepultarlos vivos.
«Dice un autor anónimo acerca del duro tra­bajo de los mineros, que ’como hormigas lumino­sas trabajaban los mineros en estas obscuras galerías porque llevaban para alumbrarse unas

lámparas especiales llamadas carburas, que ama­rraban con fajas a la cabeza, a fin de tener libres las manos».
Después del método de barrenar a mano, las máquinas que sé usaron para taladrar fueron las lla­madas chicharras o mariposas, que trabajaban con presión. Con ésta máquina extraían el mineral

de las rocas, luego mediante palas, lo cargaban en pequeños vagones de ferrocarril que circulaban por las galerías de las minas, para conducirlo al exterior, a las máquinas trituradoras.
Explica que, en el caso de los pozos, el metal se extraía por medio de jaulas o tinas de hierro que pendían de un cable.
Dentro de los túneles, además de la oscuridad, la temperatura era caliente y sofocante, debido a la exce­siva humedad prevaleciente en la Sierra, por lo que muchos mineros trabajaban desnudos o semidesnudos. Además, los mineros generalmente recibían emanacio­nes de gases en las galerías o en los profundos pozos, todo lo cual constituía un ambiente enfermizo.
«La enfermedad, popularmente conocida como tisis del minero o tuberculosis (científica­ mente silicosis), cobró sus primeras víctimas entre los mineros cuando trajeron las mencionadas chi­ charras o mariposas, que si bien daban más rendimiento que las barrenas (pieza de duro metal y mucho peso, la cual era trabajada a mano y servía para picar las paredes de los túneles), hacían que se produjera más polvo. Por otro lado, las llama­ das fogueadas, explosiones con pólvora dentro de los túneles, liberando polvo y humo muy tóxico; que también dañaban considerablemente los pul­mones, los ojos y el sistema nervioso”.

La iglesia y algunas construcciones de lo que antes fuera el pueblo minero de La Unión

Los tumos de trabajo eran de 24 horas continuas

y el medio tiempo de doce horas, en condiciones higiénicas mínimas, a veces con el agua a la cintura.
Agrega eí autor que la sensación de soledad de los túneles es deprimente, abundan los murciélagos, los malos olores, la falta de aire, el ruido de las máquinas es ensordecedor, por lo que normalmente, el sistema nervioso delminero termina por trastornar­ se. «El único alivio que tenía el trabajador,’éra, si así se podía llamar, un domingo libre al mes».

Estas difíciles condiciones, que en términos ge­nerales debieron ser las mismas que prevalecieron en
las minas de Montes de Oro, además de las alteraciones nerviosas producidas, explican en gran parte la ‘ conducta irascible de los mineros, y los frecuentes
incidentes que provocaban durante sus días libres,
cuando el escaso dinero que había ganado, «lo perdía y en juegos de póker, parrandas, licor, mujeres y apenas alcanzaba para medio comer y vestir malamente», Don José Arguedas, todavía en 1953, en la en­trevista de La Nación antes aludida, recordaba aque­llos tiempos:
«-¿Era muy peleona la gente?
«-No faltaban algunos pleitillos. Una vez me dejaron de guardia cuidando unos tanques con material de oro. Dé pronto llegaron unos ladrones, cuchillo en mano. Yo me les paré

Candelabros que fueron usados por los mineros, para alumbrarse en los túneles.

al frente: ustedes verán si se deciden. Y no me entraron.
«Olvidábamos decir que don José tiene fama de hombre bueno para los pleitos». (Arguedas González)
Los accidentes ocurrían por las explosiones de dinamita o por fallas dé los andariveles, o por descar­gas eléctricas fatales. Los mineros tampoco tenían seguro contra riesgo alguno, ni otras de las segurida­des laborales en tanto que los sueldos, si bien eran bajos, eran superiores a los pagados en la agricultura.
«Ser minero en ese tiempo era una especié de profesión, tenían más o menos un buen pagoto­ mando en cuenta la época y comparándolo con el bajísimo sueldo que recibían los trabajadores de las haciendas ganaderas y de la agricultura de Guanacaste». (Id p.30)
Por otra parte, a las minas llegaban personas qué se ocupaban en cambiar oro por baratijas, y comer­ciantes que compraban el mineral a precios muy bajos, aprovechándose para ello de las debilidades de los mineros. (García)
En cuanto a la utilidad que la explotación minera reportaba al Estado, ciertamente era muy pequeña, pues éste se contentaba con percibir un 5% del valor del oro y el 2% de la plata, calculados sobre la cantidad que declaraban los exportadores, cantidad que siempre fue inferior a la realidad.
En el otro extremo, los privilegios concedidos a los empresarios de las minas eran tan grandes, que en ciertas épocas, a partir de enero de 1824 funcionó la «diputación de minería», la cual con variantes existió hasta 1840.
Varios autores señalan como otra ventaja de los empresarios mineros, el hecho que uno de ellos, el español Buenaventura Espiinach, fue el redactor de la Ordenanza de Minería de 1830.
Otras muestras de trato preferencial fueron las medidas de protección que el Estado adoptó a favor deis mismos:
«En 1915 se promulgó el «Decreto contra robos en minas», que pretendía impedir que los trabajado­ res de las minas se apropiaran de pequeñas cantidades de oro. Con dichas normas se tendía a evitar sustracciones que podrían generar movimientos so­ciales como los de 1912, por lo tanto, vigilaban por que la posesión del oro y la plata sólo estuviera bajo el control de la élite dirigente, la beneficiada».

Este drama, que era la vida cotidiana de los mineros, fue retratado por el poeta ramonense, Lisímaco Chavarría, en su famoso poema «La muerte del minero»:

«En el cañón oscuro que el Sol jamás alumbra resuena el golpe fuerte de los pujantes mazos,
dos hombres se destacan en la sutil penumbra
. las frentes sudorosas y vigorosos brazos.
Son ellos, los valientes, los jóvenes mineros que van tras la fortuna forjándose ilusiones,
y vibra entre los antros el zas de sus aceros cavando entre las rocas auríferas filones.
Y nada los detiene, ni nada los agobia,
mas uno, mozalbete, de juventud lozana,
va hilando mil recuerdos por su gallarda novia que espera aquel retorno jurado en la ventana.
La vuelta se prolonga y allá de tarde en tarde, la novia del minero, tan dulce; tan risueña, cuándo en Oriente apenas él Sol de nácar arde con una nueva carta en sus anhelos sueña.
¡Oh novias delicadas soñadas por los bardos, no améis a los mineros que fueron tras la suerte; ¡Oh fieles prometidas, tan puras como nardos,

yo sé que los mineros se entregan ala muerte; . ¿No escuchas cinceladas vibrando en raro
Son ellos, los mineros que van en sus labores, ocultos entre rocas avanzan tras el oro soñando con la dueña gentil de sus amores.

¿No escuchas cómo rueda el mineral al tajo , de aquellos hombres fuertes que nada los agobia?
Amaron el peligro, amaron el trabajo
por las miradas tiernas de su distante novia.
De pronto un ruido ingente resuena en las
entrañas
de los cañones hondos… La bóveda infinita escucha un doloroso quejido de montañas
que brota de la herida que dio la dinamita.
Al joven prometido de vigorosos brazos
que fue tras la fortuna, cantándole a la suerte,
lo vieron las estrellas salir hecho pedazos
y su postrer sonrisa la recogió la muerte.
¡Oh novias delicadas cantadas por los
bardos
las que mostráis él alma con el mirar sincero fragantes como lirios, gentiles como nardos,
es triste y dolorosa la muerte del minero;

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