El poderoso atractivo económico que ejercieron en todo momento los yacimientos auríferos de Montes de Oro, hizo que desde temprano se abrieran entre los bosques y los desfiladeros, trochas por las que transitaban los exploradores primero, y los trabajadores después.
Con el tiempo, y con el establecimiento y el desarrollo de compañías fuertes en la explotación de los yacimiento, aquellas trochas se convirtieron en trillos amplios por los por los que pasaban filas de mulas cargadas con el mineral, desde las minas más lejanas, hasta los puntos de embarque en la bahía de Caldera o Puntarenas.
Muchas de estas arterias fueron ampliándose para dar cabida al transito frecuente de carretas, pero en todo tiempo, y especialmente en la estación de lluvias, ese tránsito fue difícil debido a la configuración del terreno, formado por alturas impresionantes y caídas vertiginosas.
De esta manera, la lucha desplegada por los oromontanos para mantener sus accesos en condiciones de servicio, fue permanente y dura, según lo testimonian todas las fuentes.
En esa misma época, a medida que el oro fue sobreponiéndose a los productos agropecuarios en cuanto al tráfico mercantil, la ruta hacia el océano fue sustituyendo a la anterior que conectaba con Esparza, como la más importante para la actividad económica del entonces Distrito Los Quemados.
El trabajo de apertura y mantenimiento de los caminos en aquellas difíciles condiciones, estaba a cargo de las llamadas Juntas Itinerarias, que además de velar por todo lo referente a caminos, eran las responsables del ornato y del aseo, y de otros servicios públicos.
A principios de los sesenta, gracias a ese esfuerzo conjunto en que destacó el Padre Larios, se logró que fuera mejorada esa arteria, lo que se calificó como «el paso más importante de la comunidad en los últimos 50 años».
Durante muchos años, los estudiantes miramarenses asistieron al Liceo José Martí de Puntarenas. Pese a las incomodidades y las limitaciones, se distinguieron como los mejores alumnos de esa casa de estudios.