Cuando llega la época navideña y veo quemar tanta pólvora, acude a mi mente un personaje que se ubica entre mi niñez y mi adolescencia.
Vaga en mis recuerdos, con fuerte olor a mecha quemada, un hombre de estatura pequeña, alegre, y despeinado; que se distinguió como buen cliente de cuanta cantina encontró en su vida de bohemio, artesano y relojero. Siempre anduvo en una «llamita» y de vez en cuando en un «llamaron», pero nunca al extremo de hacer el ridículo.
Me refiero a don Trino Delgado Agüero, quien hace ya muchos años descansa en el cementerio de Miramar; cuna de sus tristezas y alegrías.
Fue don Trino, aparte de relojero, un fino hojalatero cuya especialidad la orientó a la confección de canfineras (pequeño recipiente de canfín con mecha de tela que servía para alumbrarse; sustituido por el bombillo eléctrico) las cuales llevaron luz a todos los rincones del cantón de Montes de Oro y más allá.
Don Trino fabricaba, vendía y distribuía su mercancía. Con tanta familia, siempre buscó nuevos mercados y por mucho tiempo luchó para colocar su producto en la ciudad de Puntarenas en donde tema una fuerte competencia.
Finalmente, fue un 16 de julio cuando por primera vez y a temprana hora, colocó una buena cantidad de cantineras en esta ciudad. A las doce del día regresó a Miramar y una vez en el pueblo, se fue a celebrar el éxito de la venta a las fiestas patronales de la Virgen del Carmen.
Horas después, mientras compartía con sus amigos, lo impresionó la pólvora que ese día utilizaba Juanito Flores, sin poderse explicar, (tampoco preguntó, para no demostrar ignorancia) porqué aquellas bombas fabricadas en San Ramón de Alajuela reventaban dos y hasta tres veces en el aire.
Y es que hasta ese momento, él había … fabricado uno que otro triquitraque para el consumo interno (para Beltrán y sus hermanos) pero a partir de aquellas fiestas, empezó a alternar la confección de canfineras y arreglos de relojes con la producción pirotécnica.
Se propuso, sin la búsqueda de asesoramiento, crear su propia bomba de triple trueno. Cosa que nunca logró por más em peño que puso, y por más experimentos que hizo; pues llegó hasta las famosas «bombas de a peseta de don Trino» que tuvieron mucha demanda pero que no evolucionaron hasta desgarrar como su fabricante quería.
Los experimentos, ensayos y pruebas en la búsqueda de la fórmula que lo llevara a fabricar esta bomba, convirtieron su propiedad en un auténtico campo de batalla. La esquina de don Trino era un campo minado, allí se oían bombetas, cachiflines, Perseguidores y triquitraques a cualquier hora del día; y en la oscuridad de la noche, su humilde casita parecía una inmensa luciérnaga encendida que sudaba a chorros luces de todos colores.
Aún hoy no me explico cómo don Trino no provocó una tragedia mayor, ya que en medio de sus fiestas etílicas se empecinaba en lograr su objetivo arrimándole el fósforo a cuanta lata de zinc cargada de pólvora se encontrara en el patio de su casa.
Muchas otras veces, el fósforo llegaba hasta una larga mecha cargada de pólvora que la ponía a mirar hacia el cielo teniendo como base un tarro; y que terminaba chasparreando las ramas de un árbol de tamarindo asentado en su propiedad y que era una extensión de su vivienda.
Al frente de su casa pasaban todos los días los escolares, quienes disfrutaban a montones de aquel permanente y gratuito juego de pólvora. Sin saber ni sospechar que el día que del cielo llovieron canfineras y vieron a don Trino con sus gruesos anteojos derretidos y la cara ennegrecida de pólvora, era porque estaban en un sitio peligroso de ensayos y pruebas pirotécnicas a cielo abierto.
La tozudez de don Trino en la búsqueda permanente por conseguir la fórmula química que diera con la bomba de triple trueno, lo mantuvo entretenido por el resto de su vida; sin percatarse de que sus experimentos llevaron mucha alegría a los niños.
En esta Navidad él recordado como nunca a don Trino; por una venta de pólvora que han puesto en el barrio y que está de pared de por medio con la cocina de un restaurante chino. Y esto porque cuando oigo el jolgorio de los jóvenes quemando allí mismo su mercancía, recuerdo la lluvia de canfineras y entonces miro hacia arriba temeroso de que en el momento menos pensado, aparece un chino como un meteorito con sus ollas y sartenes esparramando arroz cantonés y chop suey sobre los techos y personas del vecindario.

Bibliografía:
Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán