literatura

CUENTO NACIMIENTO DE LA MATEMÁTICA

Don Julián y don Juan Elizondo Valverde eran dos hermanos muy unidos que vivían en Ciruelas de Miramar.

Don Julián era mucho más alto y su piel más tostada; la diferencia de edad era muy poca y por eso los dos envejecieron al mismo tiempo.
Con los años don Julián se fue quedando sordo y don Juan cargó con serias dolencias en una cadera y en un brazo, como consecuencia de un accidente, que lo llevó a depender laboralmente de su hermano.
Fueron personas muy honradas y de mucho trabajo. Su escolaridad fue baja por el duro ambiente en que crecieron, pero ambos procuraban estar informados de lo que sucedía en el país por medio del radio de la pulpería de José Brenes.
Siempre fue don Juan el asistente de don Julián. Por eso no fue ninguna sorpresa verlo aquella mañana, con el cuerpo de medio lado, sosteniendo el saco bien abierto para que su hermano vertiera el maíz cuartillo a cuartillo hasta llegar a los veinte; que era la medida a cumplir para cada saco.

La tarea la llevaban a cabo en una pe­queña bodega muy cerca del corral donde en ese momento se encontraban los hijos de don Julián y algunos peones; quienes, al oír a don Julián (su voz era muy fuerte) en el conteo del maíz, le agregaban a viva voz un número superior; lo que provocaba que a los hermanos no les salieran las cuentas.
Exclamaba don Julián: uno, dos, tres, cuatro, y entonces del corral llegaba una voz, de la que nunca se percataron los contadores del maíz, que decía trece y continuaba don Julián catorce, quince, hasta llegar a veinte.
Cerraban el saco y entonces se daban cuenta que jamás podrían haber allí 20 cuartillos.

Y va el maíz para fuera y a empezar de nuevo para que el resultado se repitiera; porque cuando don Julián dijo seis le gritaron quince y él continúa con dieciséis, diecisiete, hasta llegar de nuevo a veinte.
Así estuvieron don Julián y don Juan por largo rato, sacando y echando maíz en el mismo saco, para solaz entretenimiento de los mal intencionados del corral.

La disputa y el temor entre los hermanos no se hicieron esperar. Don Juan le achacaba la culpa a la sordera y don Julián a la renquera.
Pero fueron tantas las veces que con­taron y tantas las veces que vaciaron el saco con el contenido insuficiente de maíz, que empezaron a creer que aquello era un asunto de brujas. ¡Que la bodega estaba embrujada!

Pues si son brujas -dijo don Juan, las brujas nos pueden enredar pero no saben be números – Así es que usted que sabe escribir abra el saco y yo echo maíz en silencio y también usted se queda callado; y por cada cuartillo que caiga en el saco, ponga una raya en el suelo y cuando tengamos veinte rayas ya tendremos la medida.

Los bromistas nunca entendieron por qué el par de viejos terminaron trabajando en silencio; lo que terminó con la fiesta que se tenían.
Y así los hermanos Elizondo dieron con el resultado exacto de los veinte cuartillos para cada saco; no sin dejar de preocupar­ se por las cosas raras que habían sucedido, pues don Juan insistía en que había oído como una voz que contaba de lejos, a lo que don Julián replicaba haciendo girar el índice sobre su sien derecha.

Un ejercicio de matemática que encontré en el Calendario Cientec del Instituto Tecnológico de Costa Rica me lanzó de cabeza a ese mundo de los hermanos Elizondo; y estando allí, sentí que la matemática había nacido a orillas del río Ciruelas y no cerca del rio Nilo; tal y como me enseñó, muchos anos después, don Pedro Morales en el Liceo José Martí.

Bibliografía:

Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán

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