En estos días me enteré que desde hace cuatrocientos setenta millones de años, a este convulsionado planeta le caen del cielo pedazos de material conocidos como meteoritos como consecuencia de una violenta colisión entre asteroides.
Entonces, y a pesar de no haber tenido cuando menos la oportunidad de echar carbón en semejante choque interestelar, quedamos debidamente informados todos los habitantes de este pecaminoso mundo, que nos tienen a pedrada limpia desde que nacemos hasta que morimos, sin podernos quitar el tiro.
Según la investigación de la Universidad de Heidelberg, dentro de este despiadado bombardeo nos han caído fragmentos rocosos de todos los tamaños; destacando que algunos en su fortísimo impacto han dejado como huella cráteres hasta de treinta kilómetros de diámetro; cuya energía corresponde a la de diez millones de bombas como la de Hiroshima.
No obstante que 470 millones de años tienen que dar la experiencia suficiente como para aceptar este fenómeno, la verdad es que este tipo de noticias me ponen nervioso. Me cuesta digerir que todo terrícola en su corta vida y endeble cuerpo pueda recibir en cualquier momento un meteorito que lo haga desaparecer de estos predios del Sistema Solar; después de que el vagabundo, como cualquier atorrante, se paseó durante millones de años por el ancho mundo sideral.
Y es que tengo mis razones para preocuparme aún más que cualquier otro mortal por esta amenaza que llega desde los confines del universo; veamos:
Hace muchos años, viví la amarga experiencia de recibir una pedrada en el puro centro de la sien izquierda. Impacto que quedó debidamente registrado en una cicatriz.
Todavía no logro entender, aunque quedé un poco dundo de por vida, como es que estoy vivo con semejante agresión. Pero allí está la marca que no me deja mentir la cual me hace recordar, no con mucho agrado, a un vecino que tuve cuando apenas era yo un niño.
Muchas veces he pensado (probable mente con la única sien que me quedó) que las dificultades que han aparecido en mi vida se originan por esa pedrada; que fue consecuencia de un legítimo reclamo del trompo que me había quitado el mamulón de Miguel.
Ahora bien, tampoco considero justo que por segunda vez me rajen la cabeza. Me parece que ya recibí mi «meteoritazo» del brazo de mi vecino, pero si de toda forma recibiera semejante impacto y quedara una vez más con vida, bien podría acudir a la Sala IV exigiendo algún tipo de indemnización; argumentando que no es equitativo que yo haya recibido doble ración, mientras por estos caminos de Dios, se desplazan corruptos, descarados y criminales, que andan sueltos sin haber apechugado en su vida ni siquiera un mal modo.

Bibliografía:
Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán