La tienda y zapatería La Victoria de don Víctor Quesada Molina formaba parte de los pocos y pequeños establecimientos comerciales del mercado municipal de Miramar de Montes de Oro.
La Victoria convivió por muchos años con la carnicería de Miguel Saborío, la talabartería de Dimas Picado, el tramo de Mesén, la verdulería de don Carlos González y la venta de granizados de doña Jovita Delgado.
Con los ojos de niño veíamos aquella tienda inmensa, siempre cargada de todo y para todos; pues allí se podía conseguir desde un minúsculo broche, hasta unas botas de hule para «Menchón» Elizondo.
Don Víctor era un señor muy diligente, de ojos claros, de baja estatura y escaso cabello, que retrataba de cuerpo entero al típico comerciante que busca servirle a su clientela. De ahí que siempre metió en su tienda y zapatería cuanta cosa le ofrecieran afín de nunca tener que decir -No tengo, 0 -Se me acaba de terminar.
La Victoria apenas le concedía un espacio mínimo a su propietario para que pudiera atender a sus clientes dentro de una incomodidad propiciada por la falta de luz, de ventilación, con un piso cargado de cajas de cartón estibadas y arrinconadas por todo lado. Allí se podía apreciar, con la tenue luz de un bombillo: fajas, pantalones, enaguas, camisas y juguetes; de todos los tamaños y colores, colgados de una telaraña de mecate que, según las necesidades, fue construyendo su propietario y que cada vez estaba más lejos del techo por el peso de tanta mercadería.
Cuando se le pedía a don Víctor algo que no estaba al alcance de su mano o en una de sus atiborradas urnas de madera y grueso vidrio, entonces se arrollaba las mangas, inclinaba su cuerpo hasta más no poder y se encaminaba por alguno de los estrechos laberintos que tenía para ir hasta el fondo y aparecer rato después con el pedido; mostrándolo como un trofeo; pues aseguraba que él siempre sabía donde estaban las cosas.
Nunca nos pasó por la mente que algún día don Víctor iba a vender su tienda. Pues a don Víctor, su Victoria y el mercado de Miramar, lo entendimos siempre como una sola cosa.
Jamás se nos ocurrió pensar que don Víctor estuviera en otra parte, haciendo otra cosa, pues creímos siempre que estaría de por vida en su tienda vendiendo ovillos de hilo, tafetanes, encajes, mantas y mezclillas.
Bueno, pero ocurrió. Y un día de tantos que atravesamos el mercado vimos que don Víctor estaba sacando sus cosas, que había vendido su tienda y que se iba de Miramar. Sentimos como que algo se estaba apartando de nuestro ser y eso nos ocasionó una tristeza muy grande, ya que desde muy niño nos habíamos acostumbrado a ver a don Víctor metido en aquella atiborrada y polícroma tienda. Y nos costaba aceptar que en algún momento se tenían que separar.
Tiempo después nos enteramos de que el único inventario que se practicó en la Victoria fue el día que tuvo que ser entregada a sus nuevos dueños y que aquello fue de locos. Pues de todos lados salían cosas y cosas. Muchas piezas de ropa que nunca recibieron tijera; otras muchas apenas empezadas; bolsas con bolinchas, cajas con botones encajes y agujas, que nunca fueron abiertas.
Al final, sobraron veinte zapatos izquierdos y nunca se supo nada de los derechos. Se buscó por todos lados pero nunca se pudieron armar los pares de zapatos como Dios manda.
Luego se nos dijo que unos señores que trabajaban en la carretera a Cuatro Cruces compraron a precio rebajadísimo los veinte zapatos izquierdos y se los llevaron a San José para venderlos.
Desde entonces, pensábamos que los varones de la Capital se calzaban con dos zapatos izquierdos y que por lo tanto, tenían que andar pegando en todo lado y bastante desorientados por influencia de su calzado.
Si bien es cierto los zapatos izquierdos salieron del pueblo para uso de los josefinos, por algún tiempo siempre en Miramar cuando a alguien no le salían las cosas, lo común era escuchar:
– Ya veo que te dejaste un par de los zapatos que sobraron en La Victoria.

Bibliografía:
Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán