literatura

CUENTO LA MULTIPLICACIÓN

Hace varios años en Guanacaste se agrietó la tierra como consecuencia de una tremenda sequía. El sol se recalentó, desapareció la lluvia y ganado moría de hambre y de sed.

Ante esta calamidad los dueños de los hatos buscaron potreros en otros lados para sus enclenques animales que a duras penas se mantenían de pie. Fue así como acudieron al amigo y al conocido a fin de que les permitieran mantener el ganado en sus fincas mientras pasaba aquella catás­trofe; que dicho sea de paso, golpeó mucho a la economía del país.
Desde luego que el apoyo y la solidaridad para una situación tan particular no se hizo esperar de parte de don Julián Elizondo Valverde, un inmenso roble de hombre oromontano, quien puso a disposición de estos ganaderos su finca, ubicada entre Río Seco y Ciruelas de Miramar.

Fueron varios los camiones y los camioncitos que llegaron donde don Julián a descargar ganado «mientras llega el agua a Guanacaste».

Un buen día se presentó donde el señor Elizondo un viejo amigo con tres camiones y cada camión con nueve vaquillas. De inme­diato los hijos de don Julián atendieron la orden de su padre y sin arrugar la cara, descargaron el ganado que pronto empezó a disfrutar de verdes pastizales y de la dulce y refrescante agua del río Ciruelas.

En la descarga de estos tres camiones los hermanos Elizondo Oliverio pusieron el entusiasmo de siempre; pero sin lugar a dudas quien más se destacó con sus gritos y órdenes fue Lorenzo. El querido «Menchón» quería que todo saliera bien para que su papá conversara tranquilo con el amigo que había venido desde la llanura guanacasteca a pedirle ayuda.

Transcurrió el tiempo… y los endebles damnificados vacunos en la finca de don Julián se hicieron fuertes, engordaron y se llenaron de robustez.

Un día de tantos llegó la lluvia a Guanacaste, la tierra se humedeció, llegó el verdor, tomó vida el zacate, nacieron las flores, cantaron los pájaros y emergió la espiga.
Y con el ansiado cambio había que recoger los animales, cargarlos de nuevo en los camiones y va de vuelta para la pampa guanacasteca.

El día que llegó el amigo de don Julián por su ganado (el de los tres camiones con nueve vaquillas) de inmediato Lorenzo se ofreció junto con uno de los peones a recorrer la finca para recogerlo; pues nadie más que él sabía del ganado que se trataba pues fue la figura principal cuando se dio la descarga.
Cuando Lorenzo y su peón se despidieron del grupo que quedó esperando en el corral, una chispa iluminó el cielo y un interminable trueno surcó las nubes hasta quedar ahogado mucho más allá del río Aranjuez. La lluvia no se hizo esperar y aquella mañana y tarde llovió como nunca y nunca hubo tanto rayo y tanto trueno como aquel lunes bajo el cielo de Ciruelas.

Era ya muy tarde y Lorenzo y su peón no daban señales de vida. Surgió la preocupación de quienes esperaban, especialmente por las condiciones del tiempo, no por la calidad de los sabaneros, pues era de sobra conocida su experiencia y conocimiento en estos ajetreos.

Por fin y ya casi al anochecer, en medio de un aguacero que apenas era que dejaba ver por la luz de la rayería, fueron apareciendo las primeras vaquillas, luego otras y después los gritos ya apagados de Lorenzo y su peón que no le hacía ni cosquillas al escándalo del trueno.

Llegó el ganado al corral y los hombres de a caballo extremadamente agotados. Y cuando se les preguntó por el atraso, Lorenzo contestó: pero no la encontramos. -Así es que aquí esta el ganado pero falta una.

Se procedió al conteo y allí estaban las vein­tisiete vaquillas (recordemos que se trataba de tres camiones con con nueve animales).

Y cuando a Lorenzo se le dijo que el ganado estaba completo, entonces preguntó:

-Pero, no es cierto que tres por nueve son veintiocho? Se le aclaró que no, que eran veintisiete y entonces agregó al peón dirigiéndose a Lorenzo:

-Un poquito más y nos mata un rayo por culpa de su matemática.

Sirva esta anécdota para los estudiantes que se resisten al estudio de la matemática. Vean que saber multiplicar nos puede apartar del peligro y hasta salvarnos de que nos caiga un rayo.

Bibliografía:

Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán

Artículos recomendados