literatura

CUENTO LA FIRMA DE ORONTES

Orontes Calderón Quesada nació y vivió toda su vida en Río Seco de Miramar de Montes de Oro.

Siempre llevó a cuestas un considerable impedimento físico que nunca lo doblegó en su lucha diaria a fin de no ser carga de nadie.
Resultaba difícil aceptar que, para poder movilizarse, tuviera que enredar una pierna marchita, encogida y chiquitina, a una pesada muleta que lo acompañó siempre en sus setenta y ocho años de paso por este mundo.
Tuvo que conformarse con tener una mano derecha totalmente deformada; mientras que la izquierda apenas presentaba un diminuto dedo meñique con un inmenso pulgar que estaba unido inexplicablemente­ al dedo índice. Presentaba problemas de audición, y su voz se quedó estacionada entre la niñez y la adolescencia, con algunas dificultades en su pronunciación.

Orontes, conocido como Coya, fue un hombre valiente, alegre, honesto y trabajador. Fue todo un ejemplo viviente verlo montar a caballo, ser boyero, carnicero y pegarle su encorvada espalda a un saco de arroz.
De por vida cultivó la tierra, su muleta adornó de hoyitos los surcos de arroz, fri­joles y maíz, y sobre esos surcos, quedaron desperdigadas muchas gotas de sudor brotadas de aquel rostro de pómulos sal­tados, bigote ralo y ojos claros, que regalaron siempre una mirada de frente y muy sincera.
Un día de tantos Orontes se presentó al Banco de Miramar a solicitar un crédito para comprar unas vaquillas. Y desde entonces el Banco contó con un excelen­te cliente; pues jamás se atrasó ni un solo día en el pago de sus obligaciones.
Desde luego que sus préstamos se trami­taron con la firma a ruego, no había otra op­ción, Orontes sencillamente no podía firmar.

Como empleado del Banco ni siquiera intenté nunca pedirle que firmara; pues podía caer en el irrespeto y en la desconsideración. Por eso allí mismo y sin hacer muchas preguntas, yo le ponía la leyenda y le firmaba a ruego.

Bien pudo este buen hombre ignorar siempre que para tramitar sus préstamos había una firma de por medio. Pero sucedió que un día por una ley o por disposición interna, (que al poco tiempo tuvo que ser derogada) se recibió la orden de que las firmas a ruego tenían que ser autenticadas por un abogado.
Cuando a Orontes se le dijo que tenía que ir a Puntarenas a que un abogado
le firmara porque él no sabía firmar, bastante disgustado manifestó:
-¡Esto si que está bonito! ahora el Banco
me pide la firma para el préstamo; cosa que nunca me ha pedido, y como no puedo firmar, otra persona tiene que firmarme y tras de que se mete con mi firma, que es mía y nada más mía, todavía tengo que pagarle. ¡Bendito sea Dios!

-Yo se que esto se arregla si ustedes me enseñan a firmar. La firma es la firma y si ahora hay que firmar para sacar la plata pues aprendo a firmar, y si no aprendo pues no me den la plata.
Y aquella misma mañana y por varios días, mis compañeros Edwin Ramírez y Alfonso Elizondo lidiaron con Orontes para que de alguna forma pudiera sostener el bolígrafo. Allí hubo resistencia, congo­jas y paciencia a montones; el sudor de Orontes pasó del duro campo al escritorio.
¡Y Orontes aprendió a firmar! Y yo recibí una lección que siempre me ha servido de Norte, reforzada con el pensamiento de José Martí: «Persevera y vencerás».

Bibliografía:

Bermúdez León, A. (2010). Cuentos de pólvora, oro y sol. TIBAS, Costa Rica: Bermúdez León, Albán

Artículos recomendados