Historia

Vida Cultural

ANTECEDENTES


Montes de Oro es un cantón joven, que estuvo durante mucho tiempo apartado de la influencia de los pueblos de la Meseta Central, que se manifestaba en la falta de buenas vías de comunicación con esas comunidades y pocos medios de comunicación colec­tiva, debido a lo cual, en parte se conservaron tradi­ciones originales y en parte se descuidó el cultivo sistemático de los aspectos culturales.
Algunas personas agregan a esto falta de sensi­bilidad artística por parte de algunos educadores que pasaron por las aulas de Montes de Oro, lo cual explicaría que «el panorama cultural del Cantón haya permanecido en penumbras durante mucho tiempo», como lo afirma Germán Espinoza.
Es opinión que comparten muchas personas, que incluso en la actualidad, tanto la Escuela como el Colegio, no despliegan todo el esfuerzo de que podrían ser capaces, para inculcar en el niño y en el joven, el gusto por el arte y la literatura. Inclusive se recuerda que en épocas anteriores, la Biblioteca de la Escuela, por ejemplo, cumplía un papel trascendental en fomentar los hábitos de la buena lectura, el estudio y la investigación, tanto en los estudiantes como en el público general.

Con todo, en la historia cultural de Montes de Oro se han registrado importantes expresiones que evidencian la vocación y la riqueza espiritual de los oromontanos.
Como en la generalidad del país, en Montes de Oro también las manifestaciones culturales se inicia­ ron con la vida comunitaria de un grupo que se ha integrado y consolidado, y que trata de vivir y desarrollarse plenamente.
Igualmente, esas manifestaciones se difundie­ron por diversos medios y en especial, en los momen­tos en que la comunidad se reuma a compartir la alegría o el culto, en las distintas festividades locales.
En cuanto a éstas, es decir, a las festividades, se sabe que en mayo de 1909 se celebraron las primeras fiestas cívicas del Cantón. De ellas habla una nota del 31 de ese mes, remitida por la autoridad municipal al Gobernador de la Provincia:
«En los días 28, 29, 30 del presente mes tuvieron verificativo las primeras fiestas cívicas que se celebran en esta localidad, los cuales aún­ que no muy animados por lo inoportuno de la época tanto por ser tiempo lluvioso como por las urgentes tareas agrícolas que no permitieron a sus vecinos abandonarlos, si reinó el mayor orden y no tuvimos ni la más ligera desgracia». (Libro No.3, Nota 242)

El afán religioso de los miramarenses se mani­festó en las fiestas patronales que contribuyeron a la cohesión social y a la identificación con valores culturales y morales, y de las que siempre se habló con mucho entusiasmo:

«El señor Agente Principal de Policía, Don Miguel Flores, Don Silvestre González y Don Ga­briel Cordero tomaron grande empeño para que la fiesta se hiciera sino como en dos años anteriores, a lo menos con recogimiento y sencillez que signi­ficarán la cultura religiosa y buena voluntad de los hijos de Miramar.» Sin embargo, las fiestas de 1914 reflejaron la dura crisis que por entonces atravesaba Montes de Oro, a causa de la caída de los precios del oro:
«En lo demás la función patronal estuvo bastante chirle debido a la pobreza atroz en que se encuentra el pueblo, porque los trabajos mineros suspendidos en gran parte no dan vida pecuniaria a las bolsas de sus vecinos…»
«Sin embargo en la concurrencia admirable y creciente dejóse ver el espíritu práctico que los miramareños profesan a su patrono, los cuales a honrarla están siempre prontos y listos aunque sea venciendo dificultades y miserias. El día 16 se dió cita todo el pueblo aún de los rincones más remotos para asistirá la procesión, misa solemne y sermón en honor a la Virgencita.» (La Epoca, jul.20,1914).

ARTE Y LITERATURA

Una de las personas que ha dedicado mucho esfuerzo al estudio y a la divulgación de la producción artística y literaria de Montes de Oro ha sido el Prof. Germán Espinoza Villegas, algunos de cuyos mate­ riales son la base de las siguiente exposición.


Literatura
Una de las primeras manifestaciones de la lite­ratura local, una costumbre que ya ha desaparecido entre los jóvenes, consistía en intercambiarse entre amigos y amigas, cuadernos de recuerdos en los que se copiaban o se escribían poemas, frecuentemente ilustrados con alegorías.
Mucha poesía y muchos cuentos, con un nivel de calidad literaria considerable, se han escrito en Montes de Oro, sin contar con aquellos trabajos que sus autores no se han animado a publicar por falta de un ambiente y de una cultura literaria suficientemente difundida.
La literatura de Montes de Oro ha producido, por lo menos, tres libros que han adquirido proyección nacional, como son «El caballito de mar y otros cuentos”, de Germán Espinoza Villegas; «El dolor de ser hombre”, de Germán Núñez Vetrano, y una Anto­logía Literaria, a cargo de ambos. Dada la calidad de tales trabajos, el primero de ellos fue publicado con el patrocinio del Instituto Nacional de Seguros (INS), y el segundo, por cuenta de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
En el desarrollo de la literatura y las artes de Montes de Oro, tuvo un importante papel el periódico «Oro Nuevo», ya que fue a través de sus páginas culturales y literarias que se dieron a conocer los trabajos de muchos miramarenses.
Además de los autores mencionados antes, quie­nes han publicados sendos libros con sus trabajos literarios, existen en Montes de Oro y en las especialidades de cuento y poesía, valores muy destacados como los hermanos González: Carmen, Manuel An­gel y Daisy, además de Roger González Beitia, quien ya no radica en Miramar. También incursionaron en la literatura, Misael Hidalgo y Lidio Blanco.
También se registraron numerosas creaciones aisladas, inspiraciones pasajeras que aunque de buena calidad, no fueron cultivadas por sus autores, que se limitaron a publicar una o dos veces.

Teatro
Hubo también una época de excelentes artistas de veladas que hacían las delicias del público que asistía a los actos de clausura de labores de las escue­las.
En la década de los sesenta, se fundó un grupo que adoptó el nombre de Estrellas Luminosas («Bright stars») que realizó presentaciones no sólo en Miramar, sino también en otros lugares donde fue invitado, como Tilarán y las Juntas de Abangares, comunidades que apreciaron mucho la calidad del grupo.
Testigos de aquella época recuerdan que en ella se desarrolló una intensa actividad cultural, impulsa­ da por la señora Argelia Roldán, inmigrante cubana que sumó su esfuerzo a las profesoras Mana Ester Alán y Catalina Gonzáles. Se dice que fue el mismo tiempo en que se popularizó la rumba y con ella, la preocupación por la expresión corporal.

Varias personas aún recuerdan las veladas esco­lares de esos tiempos, que eran, según dicen, ‘’mezcla del talento local con sabor caribeño».

Periódicos
En 1965 se fundó en Miramar, a iniciativa de Guillermo Arguedas Solano, el periódico mimeografiado «Oro Nuevo», como expresión de las inquietu­des de un grupo de oromontanos entre quienes desta­caban Alfonso Elizondo Murillo, Rolando Ramírez, Sergio González Jiiríénez, Marco Murillo Villarreal, Mayra Miranda Saborío y Albán Bermúdez.
Este periódico circuló durante 16 años, hasta su clausura en 1981, y en él colaboraron prácticamente todas las personas que sintieron la necesidad de ex­presarse en algún campo de la vida artística, o demos­traron inquietudes por el periodismo.
El tercer director de Oro Nuevo, Germán Espinoza, junto con Germán Núñez, Sergio L. León R. y Juan R. Ugalde Q., fundaron el «Grupo 4», de litera­tura y poesía, que durante varios años organizó y patrocinó certámenes literarios.
Se recuerda que varios años atrás circuló una publicación escrita a mano, a manera de boletín, en que se narraban historias y tradiciones del Cantón y se enjuiciaban muchos aspectos de la comunidad, aunque no se encontraron ejemplares de este valioso antecedente.
La Escuela de Miramar publicó durante algún tiempo, el órgano «Vibración». También se publicó «El Crítico» y más recientemente «Rescate», también reproducidos por procedimientos mimeográficos.

Igualmente se recuerda un pequeño periódico manuscrito, con el nombre de «El Sapo» que editaba Juan Fonseca Espinoza. Además, muchas personas enviaban colaboraciones y artículos a El Heraldo, El Pacífico y El Viajero, todos de Puntarenas; y al diario nacional La Información, el cual precisamente fue campo de batalla en que se debatieron grandes problemas de Montes de Oro, y en especial la lucha editorial por el cantonato, tan ansiado por los oromontanos como antagonizado por algunos extraños.


Pintura y escultura
La pintura tiene su máximo exponente en Gui­llermo Trejos Cob, quien ha realizado numerosas exposiciones en distintos lugares. También han destacado Ana I. Paniagua y Marcos Murillo.
Cabe destacar la obra de Manuel A. González Cortés, en el campo de la escultura, ya que a pesar de no contar con estudios especializados ni herramientas adecuadas, ha sabido realizar valiosas obras que hoy se pueden apreciar en distintos lugares e instituciones del país.

Música
La música ha encontrado un campo fértil en Montes de Oro. En 1930 se formó en Miramar la cimarrona de Daniel Espinoza, uno de los alajuelenses que han llegado a contribuir con el progreso de este Cantón.
Esta cimarrona, entre cuyos integrantes se en­contraban los señores José A. Matamoros, Marcilí Ramírez, Juan Flores, Joaquín Gatjens, Beto Mico y otros, hizo historia en Miramar, por la soltura con que ejecutaba sus interpretaciones y por el entusiasmo que comunicaba al auditario.

En este campo, es importante recordar la lucha que dió la comunidad miramarense por la formación de su filarmónica. Por iniciativa del diputado Barahona, el Congreso Constitucional, mediante el decreto No.152 del 17 de agosto de 1935 sancionado el 21 de agosto de 1935, y con el propósito de proporcionar a los oromontanos «un medio de distracción espiritual que compense en algo la rutinaria vida de trabajo que ellos realizan», acordó:
«Artículo l. Autorízase al Poder Ejecutivo para invertir cuando las condiciones del Tesorero Público lo permitan la suma de $2.500 colones en la adquisición de un instrumental para la Filarmo­nía del Cantón de Montes de Oro.
«Artículo 2. En caso de que el valor del instrumental exceda de la suma que esta ley fija, el Poder Ejecutivo lo comunicará a la Municipalidad de aquel Cantón, a fin de que ésta supla de los fondos comunales, la suma que falte para la com­pra del referido instrumental.» (A.N. Doc. No.l7346,l935,f4)
El entusiasmo duró varios años, y los oromon­tanos, principalmente los jóvenes, siguieron insistien­do en la necesidad de fortalecer las vocaciones musi­cales por medio de la filarmónica. En la sesión del 9 de septiembre de 1955 (art.14), el Concejo adoptó la resolución fundamental para formarla filarmónica de Miramar:
«Ante la inquietud de varios jóvenes de la localidad quienes consideran que las condiciones del pueblo en cuanto al desarrollo exigen mayor preocupación en el aspecto cultural; la municipalidad siendo consecuente con la inquietud de los jóvenes, acuerda:

‘Autorizar al señor Jefe Político para que saque a licitación pública bajo el número 2, la compra de catorce instrumentos filarmónicos de acuerdo con la lista» que se detalla en el acta original». (Actas t.8, p.120)
En cuanto a la banda juvenil, que durante mu­chos años deleitó no sólo a la comunidad local, desafortunadamente desaparecida, llegó a ganar certáme­nes nacionales en su especialidad, y de sus filas salieron muchos músicos que ahora integran exitosa­ mente otras bandas civiles del país.

Cabe destacar entre los marimberos que ha producido la cultura popular oromontana, a los hermanos Ulate, quienes, además, son artesanos que producen excelentes marimbas de diferentes tamaños, considera­ das como valiosos suvenires. En su última visita a Miramar, en enero de este año, el Premio Nobel de la Paz y Presidente de la República, Oscar Arias Sánchez recibió como obsequio de la comunidad, una de estas marimbas, entregada por su creador Mario Ulate.
Guitarristas famosos han sido los hermanos Orozco, Rufino Ulate, Rafael Ángel Delgado, Jaime Segura, Samy Cortés, los hermanos Sánchez Solórzano, así como un grupo de jóvenes de gran talento musical, que inclusive fabrican sus propios instru­mentos musicales como violines y quijongos, forman parte de numerosas generaciones que han repre­sentado dignamente a Miramar en varias otras partes del país.
Alexander Flores, cantautor cuyas composicio­nes han sido interpretadas inclusive por artistas de prestigio nacional, ha ganado varios premios nacionales de esa especialidad, al ejecutar sus propias creaciones, en compañía de su hijo.
Muchos oromontanos recuerdan con especial cariño a William Kinderson, quien combinó sus acti­vidades profesionales con la guitarra, especialmente las canciones románticas que nadie como él ejecuta­ba, en las serenatas con que los galanes del pueblo homenajeaban a las damas de sus sueños.

FOLKLORE Y COSTUMBRES
Germán Espinoza Villegas, miramarense culto que conoce las raíces de su comunidad, tuvo la espe­cial deferencia de preparar las notas siguientes, acerca del folklore y las costumbres de Montes de Oro, tarea en la cual contó con la colaboración de ilustres maes­tros del Cantón, quienes le enriquecieron con datos propios de las distintas regiones.
De conformidad con tales notas, los habitantes de Montes de Oro tienen, en su gran mayoría, su origen en la Provincia de Alajuela, especialmente en los cantones de San Ramón, Palmares y Atenas.
Muchos de los antepasados nacieron en esos lugares y quizá por esa razón es que en las costumbres de Montes de Oro se encuentra mucha similitud con las de aquellos otros cantones alajuelenses.
Por ejemplo, en el aspecto religioso, cuando se celebra el Día de San Rafael, el 24 de octubre, después de haberse rezado las oraciones acostumbradas, se procedía a tapar la cara al santo con una manta, para que no se diera cuenta de las licencias que sus fieles habrían de tomarse, en el baile al que se daba inicio y que en la mayoría de las veces culminaba con un pleito a cutacha.
Era notorio que en todo el Cantón, tanto en la cabecera como en el interior, se observaba un gran respeto hacia el padre de familia al darle cada mañana el bendito. Tan observada era esta costumbre, que en cierta ocasión, Según recuerda Germán Espinoza, un hombre que pasaba sosteniendo un ternero grande, al encontrarse con su progenitor frente al corredor de tierra de la casa, con enorme dificultad, debió mante­ner a raya al animal para decirle al anciano: «bendito alabado sea el Santísimo Sacramento del altar; buenos días, papá». En todos esos casos, lo usual era que el aludido contestara a su respetuoso descendiente: «Dios le bendiga.»
Era costumbre que, por las mañanas, a las 5 a.m., se encendía el radio para escuchar el rosario y que, para el día de la celebración del patrono del lugar, toda la gente preparaba su mejor traje.
En la zona norte del cantón, en el distrito La Unión, se nota un tipo de habitante muy diferente físicamente al de los otros distritos. Por ejemplo, se encuentra gente blanca, de ojos azules, mientras que en Miramar y San Isidro, se ven de piel morena y de ojos negros. Dato curioso es que entre muchas perso­nas de la zona, casi fue una moda usar dentaduras de oro; es más, los revestimientos de oro llegaron a ser indicativos de la condición social: se decía que si la calza estaba a la derecha, se podía estar seguro que la persona era casada, y si la calza estaba a la izquierda, era soltera.
Es corriente ver en los tiempos fríos, que por lo demás son normales en la zona norte, al campesino con saco y botas de hule. Para trabajar se coloca un delantal de mezclilla como el que usan en Palmares y aunque ha desaparecido, Germán Espinoza recuer­da haber visto a señores con polainas de cuero que, bien limpias, se colocaban arriba del calzado para no ensuciarse el pantalón cuando salían al pueblo y las mujeres las usaban para no chollarse las piernas con el filo de la albarda cuando montaban a caballo. Los polvos y coloretes se destacan, hoy como antes, en días de fiesta.


Dentro del hogar era costumbre guindar de un alambre, en la cocina, un canasto donde se echaban las tortillas o la carne, para evitar que los gatos o las ratas se las comieran y en una concha de cusuco (armadillo) se guardaban huevos.
En el campo se acostumbra desayunar tempra­no; se almuerza a las 10 a.m.; se come a las 4 p.m. y a las 6 p.m. se reparte la cena que consiste, por lo general, en una tortilla con cuajada y un vaso de café o de aguadulce.

Es bueno señalar también, que se usaba la «bola de vaca» para colocar las agujas. Esta bola de vaca se extrae del mondongo de algunas vacas.
Un santo viajero se pasa de casa en casa para que le recen y le echen una limosna en un cajón que lleva.
Con la llegada del fluido eléctrico y la televisión, muchas costumbres han desaparecido, como por ejemplo, la de reunirse por fas tardes en el corredor a contar historias, cantar, etc. En esas tardes, los cam­pesinos aprovechaban para tocar guitarra o mandoli­na; quizá por eso es corriente ver en el campo muchos guitarristas empíricos y aún mujeres.
Todavía en la década de los setenta, las fiestas y turnos escolares eran amenizadas con música de ma­rimba. En esos tumos no se cobraba cuota en el baile, sino que se cobraba por pieza bailada. Como se cobraban 25 céntimos, que son una peseta, a las jóvenes que ejercían esa función se les llamaba las peseteras.
Se hacía de la siguiente manera: con un mecate largo, sostenido en los extremos por hombres, se iban recogiendo los tiquetes; el que lo entregaba pasaba al otro lado. Un aspecto interesante era que el baile se iniciaba al anochecer; con la luz del día no se bailaba. Esa costumbre fue desapareciendo, pues los maestros se ocuparon de hacerlo, ya que se perdía ganancia. Se acostumbraba «pedir cola»; esto es, a mediados de la pieza se arrimaba otro hombre y pedía seguir bailando con la muchacha. Negarse era tener un serio problema.
En el campo, el café que se tomaba era puro; pilado, tostado y molido en la casa.
Los hombres usaban dos cutachas: una bien arreglada, con buena cubierta, para lucirlas en sus paseos, y una cruceta para arreglar desavenencias personales.
En las zonas bajas (Miramar) se usaba una tinaja de barro para recoger agua, la cual tomaba una fres­cura deliciosa; se colocaba casi siempre sobre un moledero de madera.
Cuando alguna persona venía de visita, era casi seguro que se le daba «‘posada» o alojamiento; y no había problema si debía dormir sobre un manteado en la sala de madera. En Miramar todavía se observan hornos de barro donde se preparaba delicioso bizco­cho y tamal que se vendía por las calles a la hora en que se tomaba café de «mediodía».
Hasta hace poco tiempo, antes de construirse el mercado nuevo de Miramar, los chicharrones se pre­paraban al frente de la respectiva carnicería. Este momento se hizo tal costumbre, que era casi una fiesta; mientras el experto en chicharrones atizaba el fuego y movía el tocino en la gran olla, un grupo, alrededor, contaba chistes y se daba a conocer el último chisme de la semana. Si alguien quería cono­cer los últimos sucesos de Miramar, tenía que com­partir la hora de los chicharrones.
A esta historia se encuentra relacionado el nombre de Miguel Saborío, «el mejor chicharronero que ha producido Miramar». Sus sucesores, Beto y Liche Gonzáles, han extendido la producción, hasta exportar a muchos lugares del país.
Ahora bien, como el servicio de autobuses a Puntarenas era irregular, algunos se aventuraban a hacer el recorrido a pie, en especial los varones. Como el camino era polvoriento, se usaban caites de vaque­tón o de llanta de carro, amarrados con coyundas.

En la zona norte, la comida de la tarde siempre consistía en una sopa de fideos cuerda gruesa, con abundante chamol y chayote, sin carne. Creo que por el frío.
Germán Espinoza recuerda haber oído que cuando una gallina canta hay que matarla, porque si no ello significa que la mujer manda al marido. Si un gallo canta antes de las tres de la mañana, es que alguien de la casa se va a morir. En la ciudad, sin embargo, los gallos con frecuencia cantan antes de esa hora.
Se asegura que, cuando el fuego «suena» es que van a llegar visitas; si el pájaro guaco se para en una rama seca, hará verano y si se para en una verde, lloverá. Si un niño moría la vela se celebraba con música y hasta se bailaba para «acompañar al angelito al cielo».
Cuando había un mordido de culebra, éste no podía ser visto por una mujer embarazada porque se moría el accidentado. Cuando una mujer estaba mejorándose y llegaba una muchacha, no podía dar a luz; entonces, este problema se solucionaba de la siguien­te manera: la mujer le mordía el pelo a la joven la cual tenía que ser virgen.
Si alguien se encontraba con un desconocido le preguntaba: ¿Cuál es su gracia?, lo que significaba ¿Cuál es su nombre?
En el campo, y aún se hace en algunas casas, las paredes se forraban con periódico y luego se coloca­ban papeles de colores variados, en especial en la parte donde ponían el nicho del santo. Era parte de la vanidad de una ama de casa tener el fogón hecho de arcilla blanca, con diferentes formas (Germán Espi­noza recuerda haber visto uno con forma de castillo); se mantenía tan blanco, que cocinaban en el suelo para no ensuciarlo.
El portal lo adornaban con cohombro, flores y fruto de piñuela, ya que eso le daba belleza y lo hacía oler rico.
Construían figurillas de barro para adornarlo (gallinas, vacas, etc.) Cuando había molida en el trapiche, todo era fiesta: se tomaba caldo, se comían espumas, pericos y sobado y melcocha en hojas de naranjo. Todo alrededor de la paila era alegría hasta terminar la tarea, nombre que le da a todo el proceso.
Para peinarse no había como el aceite de higuerilla y si el pelo se enredaba, la manteca con canfín hacia que el peine corriera bien. Tiempo después, el aceite de aguacate ocupó el lugar del aceite de higuerilla.

Y para Semana Santa no se cocinaba: entonces, una semana antes se preparaba el tamal mudo, pica­dillo, miel de chiverre, sardinas; se partía el dulce y se aseguraba que bañarse era peligroso porque el infractor podía convertirse en pescado.
Cuando una joven embarazada o con la mens­truación alzaba un bebé, éste se quebrantaba, es decir, se le desmontaban las caderas, por lo que tenían que envolverlo en su chingo para que se curara. Era muy generalizado que, para impedir que le «ojearan” al niño, las madres acostumbraban ponerle un nene rojo.
Tales son las notas preparadas por Germán Espinoza, sobre las tradiciones y costumbres de los oromontanos.

DEPORTES
Las primeras manifestaciones deportivas se pierden en los primeros tiempos de la historia de Montes de Oro, probablemente por medio de los primeros pobladores que trajeron sus hábitos y cos­tumbres desde sus lugares de procedencia, principal­mente de Alajuela y Esparza.
A decir de don Carlos González, «el fútbol co­menzó en 1909, con gente que trajo don Alberto Echandi para la Planta Eléctrica», quienes formaron los primeros equipos y con su ejemplo fueron desper­tando el interés de los jóvenes locales.
Alrededor de los años treinta, ya la comunidad disponía de un campo especialmente destinado a la práctica de ese deporte, la Plaza de Deportes, con los legendarios higuerones que fueron plantados por Lino Cerdas y Rafael Quirós. (E. González)
En la historia deportiva de Montes de Oro tam­bién se registran acontecimientos interesantes, como fue la carrera de 1975, que en ese año comprendió el tramo Cuatro Cruces Miramar, en la que participaron los mejores corredores nacionales incluido Rafael Ángel Pérez, quien la ganó, al igual que había hecho poco antes, con la famosa carrera de San Silvestre, en Brasil. En la carrera de Miramar Cuatro Cruces, el oromontano mejor clasificado fue Ricardo Mesén.
Más tarde se han venido incorporando deportes como el baloncesto y el balonvolea (voleibol), en los que la juventud oromontana ha alcanzado grandes éxitos, incluido el campeonato nacional de 1988, en voleibol, numerosos galardones en atletismo, e inclu­so en taekwondo se mencionan ya los deportistas miramarenses, que en el ámbito nacional han obteni­do medallas, como es el caso de los integrantes del equipo «Jan’sú».
También merece una especial mención, por ha­berse destacado en el ámbito de todo el país, el equipo de voleibol de Miramar en la categoría infantil, que en 1989 conquistó el campeonato nacional de la es­pecialidad.

El fútbol
En la década de los treinta, se organizó un equi­po que, de acuerdo con varias versiones, constituyó una de los primeros esfuerzos sistemáticos en esta campo.
Don Jorge Cob Jiménez, que fue integrante de aquel equipo, recuerda que:
«Allá por los años treinta se integró el «Jaime Bennett». Tenía uniforme celeste con amarillo en franjas. Le pusimos ese nombre porque don Jaime, distinguido empresario de San José, nos regaló las camisetas. Recuerdo que estábamos Milán Guido, Marcilí Ramírez, Jorge Novo, Adán Ruphuy, Vicente Herrera, Ramón Amuy, Elíseo Jiménez, Rubén González, entre otros”.

Se sabe que posteriormente existió otra oncena que se llamaba «Águilas Negras».
En la década de los cuarenta se formó un equipo que en su momento constituyó una sensación y, según lo comentan algunos de los contemporáneos, este fue el antecedente del Deportivo Miramar, que años des­ pués llegaría a ser uno de los principales equipos de la provincia.
Sobre este punto ha quedado el texto de una entrevista a uno de los protagonistas principales, sino el principal, de la historia futbolística de Montes de Oro, don José Ángel Paniagua, conocido afectuosa­mente como Chango.
En esa conversación, Chango narra que él visi­taba frecuentemente Miramar «cuando venía con los equipos de Esparza, con los cuales había una gran rivalidad».
Cuenta también que casó en Miramar con Car­men Amuy Loria y a partir de 1944 comenzó a residir en este lugar. Era artesano zapatero, especializado en calzado femenino, fotógrafo, agricultor y, sobre todo, aficionado al fútbol.

«En la zapatería trabajaban conmigo varios futbolistas y fue precisamente ahí donde surgió la idea de fundar una equipo de fútbol, que reuniera a los muchachillos que se distinguían como pro­mesas.
«Por ese tiempo, ya los viejos valores se esta­ban agotando, y no era de la noche a la mañana como se iban a reemplazar. En 1945 llamé un grupo de ‘ chiquillos y los entusiasmé para que hiciéramos un equipo. Ellos eran: Sergio González, su hermano Enrique, Alvaro Cob, Elí, José Alberto y Rodrigo Alán, Edwin y José María Agüero, Marcial Aguilar, Halley Estrada y Victorino Amuy.
«Así nació el Deportivo José Ángel Paniagua (JAP). Ellos quisieron que llevara mi nombre. En­tre todos cubríamos los gastos. Yo sembraba toma­ te y de ahí salía la plata para pasajes y almuerzos. Sergio y Elí, que eran muy buenos alistadores, preparaban los zapatos, y los montaban Victorino y Rodrigo Alán. Éramos como una cooperativa o más bien, como mosqueteros, todos para uno y uno para todos.


«El primer uniforme que vistieron los chiqui­llos frieron las camisetas viejas del equipo «Jaime Bennett», que nos regaló Jorge Cob. En el taller de zapatería les quitamos la J y la B; las teñimos de negro con tinta para zapatos y les pusimos las iniciales JA.P. con laca blanca».
«Lo que sigue es una historia muy linda y me llena de emoción. Así nació el mejor fútbol de Miramar y así nacieron los jugadores que luego serian el semillero de grandes glorias
«Llegada la década de los cincuenta, el JAP desapareció y dio paso al Deportivo Miramar, equipo que conservó los colores blanco y negro que por necesidad habían adoptado los chiquillos que tiñeron con esos las camisetas obsequiadas por el señor Cob».
Por otra parte, según Elí Antonio Alán, el De­portivo Miramar comenzó a tomar fama en toda la región,
«fue entonces que aparecieron jugadores como los hermanos Hoffrnann, Célimo Suárez, Fer­nando Camocho, Heriberto Marín, Olger Rojas, Edwin y Olger González, Rodrigo Espeleta, ÁIvaro Garro, Mario Ulate, Sergio González, Halley Es­trada y José Alberto «Macho» Alán que estaban en sus mejores momentos.
«El preparador físico era don Hernán Morales, distinguido educador, Director de la Escuela; Chango era el director técnico, yo su asistente y Jesús María Zeledón (Conejo) el entrenador».
El relato del propio señor Paniagua, da cuenta de que el equipo se había ganado la simpatía de la afición puntarenense y cuando jugaba el Deportivo llenaba la plaza Amador, hoy Estadio Municipal «Lito Pérez».

«Los árbitros siempre estaban contra nosotros. Hacíamos partidos muy buenos, como aquel contra el famoso Costa Rica. Les ganamos uno por cero. Obtuvimos ese resultado luego de meter cua­tro goles, tres de los cuales invalidó el árbitro Samudio.»
«El Deportivo Miramar se paseaba por las mejores canchas del país, jugábamos contra el Tres Ríos, el Grecia, el Quepos, el Atenas, el Torino, la Libertad, la Gimnástica Española, y sacá­bamos resultados satisfactorios».
«El Puntarenas F.C. estaba en tercera división y se llevaron a Sergio, Mario Ulate y Espeleta. No los trataron como ellos merecían y nunca vol­vieron. Sergio jugó con Ángeles y Esparza, Mario se fue mucho tiempo a la zona sur y Espeleta siguió siendo por mucho tiempo el mejor portero de Puntarenas.
«Luego se integraron al Miramar Guillermo Alán, Edwin Alemán, Antonio Gutiérrez, Villalo­bos, un fornido jugador que vino a trabajar en la nueva cañería, Barboza, que era funcionario del Resguardo Fiscal, Hernán González, Conejo, un refuerzo de Sardinal, Jovel Madrigal, Rigoberto Quesada, Hermes Marín, Javier Alfaro, Fernando Vargas, además de los que fueron ascendiendo de la tercerilla.
En la década de los años sesenta, bajo la inspi­ración de la generación citada, surgieron dos equipos importantes, que completaron la historia: el Deportivo Independiente y el Deportivo Larios.
El primero, un equipo constituido por valiosos jugadores del cantón que se caracterizó, a decir de testigos, por su combatividad y por que participaron
en sus filas jugadores de todos los distritos. Recuer­dan que entre sus integrantes se encontraron Juan González Ledezma, Raúl y Elí Brenes, Enrique Núñez, los hermanos Estrada, Alberto Agüero, Hernán Hampton, Ulises González, Alvarado Aráuz, Rolando Castro, Heriberto Mico, Marcos Murillo, Luis Núñez, Leonel Centeno, Ángel Trejos, Jorge Quirós, Ricardo Rodríguez, Saulo Sánchez, Luis Ángel Villalobos, Gilberto Leitón, Manuel Salas, William Cubero, Víc­tor Fallas, Jorge Ulate, entre otros.

Simultáneamente se constituyó un equipo que en poco tiempo se convirtió en poderoso rival a vencer. Cuentan que un domingo se juntó un grupo de entusiastas muchachillos, entre quienes se encontra­ban Germán Espinoza Villegas, quien recuerda que:
«Habla un gran entusiasmo en un sector de jóvenes quienes queríamos jugar fútbol pero no éramos lo suficientemente buenos como para inte­grar el Deportivo o el Independiente, ya que en esos equipos había jugadores de extraordinaria fuerza y calidad Entonces decidimos hacer un equipo y le pusimos «Deportivo Larios» en honor al Pbro. Carlos Manuel Larios.
«Hablamos con él, estuvo de acuerdo y el domingo del debut celebramos tal acontecimiento con galletas y refrescos. Inicialmente el equipo estaba formado por Oscar Ramírez y Oscar AIva­rado, Manuel «Santaña» Arce, Rolando Flores, Célimo Vargas, Mario Alvarado, Francisco López, Orlando Estrada y Germán Espinoza.

«El equipo se superó y llego a ser en varias ocasiones campeón cantonal superando conjuntos como los citados y otros que surgieron después».
Al finalizar la década de los sesenta, y en los primeros años de la siguiente, además de los mencio­nados conjuntos se constituyó un equipo importante que recogió lo mejor del momento y cuyas edades no pasaban de los 18 años.
Fue un equipo patrocinado por el Deportivo Miramar y que para diferenciarlo se le denominó popularmente «Él Juvenil”. Su participación, en sus momentos de gloria, los pasó en las canchas naciona­les donde obtuvo importantes triunfos. El Juvenil fue campeón tres temporadas consecutivas y representó a la provincia de Puntarenas a nivel nacional, luego de vencer al Esparza, El Atún, el Izaguirre, el Barran­ca, y el Abangaritos, entre otros.

Algunos de quienes integraron el Juvenil dijeron:
«Todavía hoy se nos salen las lágrimas al recordar aquel domingo de 1966, cuando perdimos uno por cero frente a la Liga Deportiva Alajuelense en Miramar, en el partido más recordado por los oromontanos”.
Luis Mora, de quien dicen que fue el mejor centro delantero del Juvenil, narró así el aconteci­miento:
«Me tenían dos hombres de estricta marca; vino un centro y salté. Sabía que ese era el gol nuestro. Los rivales también. Me prensaron mis dos marcadores y uno de ellos pego su cabeza contra la mía; me corté la ceja. Caí bañado en sangre. Oía los gritos de la gente. Posiblemente horrorizados por lo que veían. Me levanté y le dije a Kiko Alán, el entrenador, que no me sacara del partido. Me llevaron a la Unidad Sanitaria. Me hicieron varias puntadas, regresé a la cancha y jugué el resto del partido y el tiempo complemen­tario. Después lloré con mis compañeros la derro­ta. Perdimos uno por cero ante la Liga, que después derrotó al Saprissa y fue campeón nacio­nal. Merecimos ir a la final nacional pero así es el fútbol y la fortaleza que nos quedo es precisamente haber perdido contra e] que luego fue campeón Nacional”.
El lng. José Ángel Matamoros, quien fue el portero en ese memorable encuentro, cuenta su ver­sión del gol:
«Estábamos en tiempo complementario por­ que habíamos empatado a cero en los 90 minutos reglamentarios. En el marco oeste defendíamos la portería cuando se produjo una jugada en el extre­mo derecho. Oscar Emilio Cordero se llevó la pelota, le salió Juancho Morera al encuentro, for­ cejearon, el delantero liguista lo empujó, el árbitro
no pitó nada, siguió con el balón, remató cruzado y por más esfuerzo que hice, no pude detener el remate. Perdimos uno por cero. Aquel día sufrí mucho. Hoy comprendo porque el árbitro no pitó el «foul” contra Juancho. La satisfacción que me que queda es que el gol lo anotó Oscar Emilio, quien luego sería el campeón goleador de la pri­mera división y de la Liga, el campeón nacional. ”
La década de los sesenta y primeros años de los setenta, fue la época dorada del fútbol oromontano. Posteriormente en este deporte han surgido algunos equipos como el Juventus, Águilas Negras, Montes de Oro, Estudiantes, Municipal, Fátima, El Valencia los representativos de los distritos y caseríos: San Isidro, Cabuyal, Bajo Caliente, la Mina, Las Delicias, Cedral, Palmital.
En la actualidad ya no existen el Larios ni Inde­pendiente. El Deportivo Miramar se mantiene en forma irregular y los demás equipos apenas si logran conjuntar el mínimo. La razón es posiblemente el auge del voleibol, que comenzó en 1982.
No obstante la decadencia del deporte rey, que­ dan en el recuerdo de los oromontanos los días de gloria. Nombres de equipos y de jugadores que la historia tiene guardados en un lugar especial.
Esta breve referencia sobre el fútbol, no agota el tema, pero tiene la intención de incentivar a los oromontanos para que recopilen la historia del fútbol cantonal y la ofrezcan a las generaciones actuales y venideras, como parte de la variada tradición cantonal y de la riqueza cultural de la región.


El voleibol
Si el fútbol es importante en la historia de Mon­tes de Oro, también lo es, y en mayor escala a nivel nacional, el voleibol.
Según se sabe, este deporte comenzó a practi­carse en 1982, cuando llegó ál Liceo de Miramar el Prof. José Ángel Medrano Artavia, quien conjunta­ mente con el Prof. Miguel Vega Bolaños, logró moti­var a los jóvenes para iniciar la práctica de una especialidad hasta ese momento desconocida. «Les decíamos a los alumnos del colegio: ‘¿Ud. quiere jugar voleibol?’ y la respuesta de siempre era: ‘si me enseña”, según recuerda el mismo Prof. Medrano.
El primer equipo que se integró en el Liceo lo formaron Joaquín Elizondo, Gustavo Amuy, Raúl Amuy, Erick Holley, José Alberto Quirós, Ornar Agüero, José Luis Orozco y Jimmy Vargas, quienes merecen ser citados como los iniciadores, conjunta­ mente con un equipo de la comunidad, formado entre otros por Juan Arroyo, Arturo y Jorge Alan, Luis Femando Chaves y Alfredo González Artavia.
A finales de 1983 se realizó en Miramar una eliminatoria para los Juegos Intercolegiales, en la cual participaron Atenas, Belén, Turrialba, San Carlos, Sta. Cruz, Don Bosco, Golfito y Miramar.
El equipo local quedó en cuarto lugar pese a lo cual, este fue el inicio del excelente desempeño poste­rior, pues esa posición, con sólo un año de trabajo, sin duda despertó muchas expectativas en los jóvenes.
El señor Medrano recuerda que desde esa opor­tunidad, él comentó con el Prof. Vega, la seguridad de obtener muy buenos frutos en corto tiempo.
Al año siguiente, cuando llegaron las eliminato­rias para los Juegos Nacionales integraron un equipo en que ya figuraron Guillermo Elizondo, Juan Carlos Ramírez y Carlos Garita. Por ese entonces, Roger Prendas comenzaba a interesarse en el deporte. Este equipo, básicamente de liceístas, fue reforzado con dos jugadores de la comunidad, Juan Arroyo y Luis Femando Chaves.
Recuerda el Prof. Medrano que fueron elimina­ dos por el conjunto de Atenas, pero que, «sin embargo la experiencia recogida fue muy importante, pues ya se vio un conjunto con fuerza, disciplina motivación y dominio táctico».
Simultáneamente el Prof. Vega, encargado de las Ligas Menores, preparaba varios muchachos que luego serian estrellas: Juan Diego Saborío, Juan Al­ berto Céspedes, Eric Campos y Walter Córdoba.
En opinión del Prof. Medrano, 1985 fue el año más importante en el voleibol oromontano, pues en el período de preparación de los Juegos Nacionales de Cartago de ese año, «gracias a toda la experiencia acumulada» lograron eliminar a Puntarenas y Sarchí, con un equipo muy joven y netamente oromontano. Así ganaron el derecho de asistir a los Juegos Nacio­nales y obtuvieron el séptimo lugar por puntos, de­ mostrando gran capacidad combativa.
Diez meses después se realizaron los Juegos Na­cionales en San José y según el Prof. Medrano prepara­ ron «un equipo de mucho poder ofensivo, con un plan­teamiento táctico diferente y mucha disposición psico­ lógica». Además de los citados jugadores que participaron en Cartago, se integró al grupo Carlos Boniche.

Las primeras medallas de oro
El resultado del esfuerzo de tres años de prepa­ración intensa y entusiasta fue la medalla de oro que ganaron en los Juegos Nacionales de San José. Al respecto, el Prof. Medrano explicó:
«Fuimos un equipo sorpresa y en una final dramática derrotamos a San Carlos, luego de su­perar un 4 a 14 y terminar ganando 16 a 14. Eso sólo puede calificarse de milagro».
Inmediatamente después del triunfo anterior, co­menzó la organización para los Juegos Nacionales de Alajuela, de 1987. «Ya Miramar presentaba un equipo más solvente, era el equipo a vencer. Surgió un nuevo campeón y estaba en la mira de los entrenadores».
«Cuando le remontamos un marcador a San Carlos y ganamos nuestra primera medalla, creí que era un milagro, luego me convencí que tam­bién había mucho de coraje, amor por la comuni­dad; solvencia y seguridad personal» ha dicho el Prof. Medrano.
Durante los Juegos Nacionales de Alajuela (Monserrat), el equipo de Miramar fue derrotando rivales «y cuando nos dimos cuenta, estábamos frente al equipo que nos había eliminado para los Juegos de Liberia, cuando sólo éramos un grupo de entusiastas muchachos. Sabíamos de lo que podían ser capaces».

El Profesor narra:
«Comenzó el juego. Perdimos el primer set 13 a 15. Ganamos el segundo 15 a 13, y para sorpresa de muchos y alegría del Cantón, también ganamos el tercer set 15 a 2. Obtuvimos así, en forma consecutiva la segunda medalla de oro en juegos nacionales».

El ascenso a primera
Miramar se enfrentó a un dilema: seguir en juegos nacionales luego de tan destacados triunfos, o buscar el ascenso a primera división. Optó por lo segundo porque, como lo señala Medrano, «habíamos tocado techo. No existía espíritu competitivo. La motivación era buscar nuevas experiencias.»
Con este propósito, Miramar participó en una triangular y al ganarla, ascendió a primera división en forma invicta. El primer año (1987) que intervino en esta categoría ocupó un sexto lugar, que fue calificado como honroso porque debido al proceso de adapta­ción por las grandes diferencias con los juegos nacio­nales.
El campeonato de 1988 fue para Miramar una experiencia muy interesante, pues clasifico para la cuadrangular final junto con Atenas, Belén y la Uni­ versidad de Costa Rica, históricamente los mejores equipos nacionales. Logró ganar la cuadrangular y se dispuso la final contra Belén.
«Sabíamos que ganaríamos la final. Estábamos preparados física y mentalmente. El esfuerzo de seis años estaba por producir el triunfo para el cual habíamos trabajado sin escatimar tiempo, El sacrificio iba a tener su premio», dijo el Pro Medrano.
En la final, Miramar perdió el primer juego 2-3 set. Ganó el segundo 3 set por 1 y ganó el tercero 3-2 set. Así explicó Medrano las circunstancias del triun­fo: «Cuando ganamos el segundo partido le dije a los muchachos que todo un pueblo esperaba nuestro triunfo. Un pueblo acongojado por los destrozos del huracán «Juana», un pueblo temeroso, por el castigo de la naturaleza y que deberían sacar fuerzas de lo más adentro del corazón para aliviar esas congojas. Me entendieron y juramos cada uno en su más íntimo ser, superar el trauma de la emergencia del huracán con la obtención del campeonato».
«Salimos a la cancha. Ahí estaba Montes de Oro en las graderías. Perdimos el primer set 10-Ganamos el segundo 17-3, Perdimos el tercero 11-15 y en el cuarto set sucedió un milagro igual a aquel cuando ganamos la primera medalla en jue­gos nacionales: perdíamos 3 a 12 y terminamos ganando 15-12. El quinto set, luego de ese repunte, y con una motivación indescriptible, ganamos 15 a 11 y con ello Miramar se convirtió en Campeón Nacional en voleibol de primera división».

Los factores del éxito

A decir de los entendidos, muchos han sido los factores que influyeron en el éxito desde 1982 cuando se comenzó a practicar el voleibol. Sin duda el esfuer­zo de los profesores José Ángel Medrano y Miguel Vega, este último entrenador de la Selección de Costa Rica en la categoría juvenil en 1988, (campeón invic­to en Panamá), el ánimo de las barras oromontanas que de gimnasio en gimnasio animaron a los jugado­ res, la entrega, el sacrificio y la motivación de los integrantes de los diferentes equipos, el apoyo de algunos oromontanos como Claudio González, Raúl Amuy, Ulises Ulate, Álvaro Carrillo y el apoyo finan­ciero del diputado Estevanovich, quien aportó fondos suficientes, provenientes de partida específica, con los que pudo sostener el equipo durante el campeona­to de 1988. También fue importante el aporte de la Central Azucarera «El Palmar» y de algunos comerciantes del Cantón.

A decir de los protagonistas de esta hermosa gesta deportiva, el futuro del voleibol oromontano depende en gran medida de la participación comunal, pues si las fuerzas vivas no se integran al esfuerzo, todo lo ganado podría perderse.

Es evidente que existe un semillero que garantiza en las ramas femenina y masculina, éxito a corto y a largo plazo, no obstante, pero como se sabe, es imposi­ble cosechar triunfos a tan altos niveles, sin recursos económicos, sin apoyo moral ni compromiso.

TRADICIONES

Las brujas de Miramar

La pluma de Carlos Gagini ha vuelto famoso un personaje de la tradición oromontana, la bruja Méni­ca, cuya realidad es muy discutible, según las opinio­nes de los más antiguos pobladores.

Según ese cuento, «ni aún los más guapos del pueblo se atrevían a aventurarse de noche por la calleja del río, temerosos de aquella lucecilla que parpadeaba en la sobra como un ojo felino». (Gagini, 1963)

Se trataba de «una mujer cincuentona, de nariz aguileña, ojillos penetrantes y tupidas cejas grises», a quien llamaban «la tía Mónica», quien vivía sola y vecinos, por el rumbo de la entrada norte del pueblo, donde cultivaba hortalizas y preparaba menjurjes que vendía en el pueblo.

La infeliz mujer había mantenido con sus esfuer­zos, la educación de un hijo que en San José llegó a graduarse en comercio, pero tuvo que trasladarse a Miramar para trabajar en la tienda del Sr. Rodríguez, pero manteniendo oculto su parentesco con la tía Mónica, quien sólo podía visitarlo de noche.
En cierta ocasión, concertada ya la boda del joven con la hija del comerciante su patrón, aquél malversó una fuerte suma de dinero, lo que puso en peligro todo su éxito y su futuro.

Para corregir la falta de su hijo, la tía Mónica debió rematar su pequeña propiedad y trasladarse a vivir en un cobertizo desguarnecido, lo que le apre­suró una muerte cruel, sólo suavizada por la visión del futuro de felicidad que con su miseria, había logrado forjar para su malagradecido hijo.
Aunque los viejos miramarenses coinciden en que ese personaje nunca existió, otros estiman que es un ejemplo hermoso de amor materno que bien vale la pena cultivar.
Sin embargo, hay otra versión de la famosa bruja, debida a la pluma de Rafael Armando Rodrí­guez, (publicada en la revista Costa Rica de Ayer y Hoy) quien la identifica con el nombre de «Ña Laste­nia».
Según esta versión, en 1909 llegó a la entonces floreciente ciudad de Miramar, Pepe Manzano, alias el Curro, «con un par de pantuflas en los pies… y una inmensa ambición de hacer plata de cualquier manera».
El Curro comenzó a trabajar en la mina La Providencia, manejando una chicharra en los túneles más profundos, hasta que un desprendimiento de tierra lo hizo perder un brazo y debió emplearse como guarda.
Este puesto lo desempeñó hasta que «hubo un crimen que nunca se aclaró, a poca distancia de su vigilancia, en el que perdió la vida a garrote un buhonero, y fue despedido».
Entonces instaló en Miramar un pequeño negocio de abarrotes, al que dió el nombre «La Tranquilidad», que a su vez era casino y prostíbulo clandestinos.
En cierta oportunidad, burlándose de las famo­sas capacidades de adivinación y curandería de La Lastenia, «la bruja más conocida del pueblo», el Curro dijo que «a esas viejas brujas y explotadoras de tontos yo las encerraba en un cuarto y les prendía yesca»; lo cual fue escuchado por la aludida, quien en respuesta, le increpó al Curro por la muerte del buhonero y lo maldijo.
Varios meses después, el Curro padeció una plaga de piojos que no le dejaban ni siquiera dormir, maleficio que La Lastenia sólo accedió a curar por las súplicas de la mujer del desafortunado, quien sin embargo fue a parar a la prisión de San Lucas por la muerte del buhonero.
Tampoco sobre esta versión hay opiniones coincidentes, aunque es posible que haya existido una curandera con nombre parecido y a quien se hayan atribuido actos sobrenaturales.

Don Leonardo Jiménez, por su parte, nunca creyó tales cosas. En una entrevista que le hiciera la revista CRAYH, se refirió a este punto, en los térmi­nos siguientes:
«-Don Leonardo, qué nos dice de la bruja Ménica?
«-/Ah caray! ¿ Usted también sabía lo de esa mujer? Pues vea, en lo de esa bruja Ménica que se dice que vivía por acá en un ranchito, todo es pura leyenda. Invento, señor, invento; no sé de dónde han sacado tal cosa. Si eso se dijera de Aserrí, pasaría, pero aquí, en este lugar… esto no da chance a brujas, sólo a trabajo». (CRDAYHNo.15)


El caserío Las Delicias
Se cuenta que numerosos mineros acostumbra­ban a comprar al crédito en el comisariato de Los Quemados. Sin embargo, con alguna frecuencia, en los agitados días de pago, antes de cancelar sus deudas se iban a tomar licor elaborado por unas viejecitas que vivían hacia el sur, guaro que, según sus consumido­ res, «era una delicia». Esta expresión, según se dice, le dio nombre al caserío del lugar, Las Delicias. (E. González)


La calle de los sinvergüenzas
Pues bien, esos mismos mineros afectos a la bebida fuerte, cuando ya había alcanzado un estado, de alta saturación de alcohol y grave carencia de dinero, regresaban por una calleja lateral para no ser vistos por los comerciantes que eran sus acreedores. Según la tradición, es por eso que aún en nuestros días a esa callejuela se le conoce como la «Calle de los Sinvergüenzas». (E. González)


La tumba de Moctezuma
Hay otras tradiciones a las cuales hasta hoy los oromontanos no les han concedido la relevancia histó­rica que podrían tener, y la significación cultural que podrían implicar. Se trata de las posibles relaciones del actual territorio oromontano con el imperio azteca de Moctezuma. Por fin que no se encuentran otras expli­caciones convincentes sobre la razón de llamarle Moc­tezuma (ó Montezuma) a cierta parte de Montes de Oro donde se halla ubicada una de las minas más importan­tes del Cantón, ni la razón de que a un valle cercano se le llamara originalmente llanura de Acapulco.
En un trabajo de S. F. Shaw, gerente general de la mina Montezuma, publicado el 8 de octubre de 1910 por el prestigioso periódico especializado «The engineering and mining journal», se dice lo siguiente:
«La mina Montezuma de Costa Rica está situada cerca de 15 millas al noroeste de Puntarenas, un puerto marino de a costa occidental de Costa Rica. Considerable atención atrajo esta ex­plotación en el pasado por la descubierta manipu­lación de las existencias de mercado que eventualmente causaría al ser colocadas en manos de un tenedor. La propiedad ha pasado a través de muchas etapas de feroz especulación. Los reportes remitidos sobre la cantidad de oro que podría considerarse como riqueza se aprecia en 2 millo­nes de toneladas, con posibilidades de descubrir otros cuerpos tan plenos como grandes.
«Muchas leyendas se cuentan por los nativos acerca de esta propiedad que comenzaron a explo­tar los españoles, desde los primeros días. Los relatos narran cómo Montezuma, entonces rey de México, extrajo mucho oro de numerosos vetas a lo largo de la costa oeste de Costa Rica, y en las vecindades de las minas hay un cumulo de piedras señaladas como el lugar del último descanso del rey indígena. De algunas tumbas se extrajeron reliquias indígenas de oro fundido, que pueden dar alguna semblanza de verdad a estas historias, pero es probable que la mayoría sean de origen mítico. En último caso que la historia de Montezuma no juera cierta, el trabajo que ha realizado en años recientes varias compañías mineras, podrían indi­car que hay algunas vetas de gran riqueza funda­das en la región». (Shaw)
De manera que la actual mina de Montezuma podría deber su nombre al hecho de haber sido una explotación del rey mexica, lo que demostraría además que estos territorios, debido a su riqueza natural, pano­rámica y aurífera, fueron sujetas a la dominación o la influencia del imperio azteca o, cuando menos, mantuvieron muchas relaciones económicas y culturales.
En todo caso, estos relatos dan prueba de la riqueza de las minas de Montes de Oro, y que su explotación comenzó en tiempos inmemoriales, sin que hasta hora pueda tenerse ni una idea aproximada sobre el valor de todo el metal que se ha extraído de esas vetas.

Cuando el diablo levantó a Tossatti
La anterior historia tiene «directa relación con otra interesante tradición oromontana, que ha sido recogida por Germán Espinosa V. en su libro «El caballito de mar»: se trata de la desafortunada suerte que corrió Luis Tossatti.
Espinoza narra que, hace muchos años, Trinidad Badilla, Pepe Bin, Luis Tossatti y José Manuel Luna habían oído en alguna parte el nombre de Montezuma. Creyendo que se trataba del mismo Montezuma cuyo nombre lleva una importante zona minera del Cantón, se imaginaron inmensas riquezas, como la de aquel jinete totalmente de oro que estaba enterrado en las agrestes montañas de Montezuma, según narraba Trinidad Badilla.
Revelaciones hechas por una mujer, cuyo nom­bre nunca se conoció y que se entendía con el espíritu de un hijo de Tossatti, señalaban que allá en aquel cerro existía un fabuloso tesoro. Y por las noches se reunían esperanzados en el centro espiritista que des­ de hacía algún tiempo funcionaba en Miramar.
Algunas veces no era posible comunicarse con la mujer porque, según sus propias palabras, «eran muchos los compromisos que tenía con otros espíri­tus» y no le era posible acudir al llamado del hijo de Tossatti.
Un Viernes Santo, cargados de cosas benditas, llegaron hasta Montezuma. Con barras, picos y palas, hicieron un gran hueco porque a las tres de la tarde iba a llegar la mujer a decirles dónde estaba enterrado el tesoro.
Pasó la hora señalada y no se presentó la mujer. Como a las cinco se vino un torrencial aguacero que hizo que los intrépidos buscadores de tesoros aban­ donaran la empresa y regresaran a Miramar, comple­tamente empapados.
Esa misma noche, reunidos como de costumbre en el centro espiritista, recibieron la mala noticia de que el diablo, dueño de aquel tesoro, exigía un alma a cambio. Como ninguno de los cuatro tuvo el valor de ofrecer la suya, pensaron en Jesús Ávila, el borrachín del pueblo, quien a cambio de una botella de guaro era capaz de todo.
Sin embargo, el día anterior a la entrega del tesoro, se presentó a la casa de Jesús Ávila un caba­llero bien vestido que montaba hermoso caballo. Tocó a la puerta.
Mientras tanto, Jesús dormía una de sus tantas borracheras y quien acudió al llamado fue la mujer. Al saber que aquel caballero buscaba a su esposo, ella comenzó a llamarlo a grande voces: «¡Jesús! ¡Jesús! ¡Te busca un señor!

Paulino Miranda, oromontano preocupado por el de­sarrollo, deportista, electricista, colaborador en muchos aspectos de la vida del Cantón.
Alfredo Cob, abogado , hijo del Cantón que llegó al más importante cargo de la justicia, como Magistrado de la Corte Suprema. Ambos lucharon unidos en el fút­bol
“Los de Arriba y Los de Abajo”, como se llaman estos equipos, siguiendo una vieja tradición futbolística, según la cual, dos ve­ ces por año se reúnen y enfrentan los futbolistas que habitan al norte de la Iglesia Católica, contra los qué habitan al sur. En la fotografía, los protagonistas de un encuentro celebrado en 1988.

Al oír el visitante el nombre de Jesús, montó rápidamente en su caballo y desapareció entre las sombras de la noche, dejando tras de sí un fuerte olor a azufre.
Pasaron los días. No se volvió a hablar del tesoro, pues todos temían ser el escogido del diablo. Una madrugada, Luis Tossatti se levanto, alistó una barra, un pico y una pala, y sin decirle nada a nadie, se dirigió a Montezuma, dispuesto a traerse el tesoro a como hubiera lugar. Todavía no aparecía el alba cuando llegó al lugar donde, según la mujer’, se hallaba enterrado el tesoro. No había dado el tercer golpe con la barra, cuando se vio suspendido por los aires mientras unas fuertes garras lo asía por la espalda. Al pasar encima de Miramar, Tossatti invocó el nombre de Jesús ante lo cual el pajarraco abrió sus garras por lo que el cuerpo cayó sobre la tranquera de los Rizzatti, con la espalda destrozada. Desde aquella vez, nadie volvió a hablar del tesoro de Moctezuma. Pero… ¡No había duda, a Tos­ satti se lo había levantado el diablo!!!

«Símbolo de la alegría oromontana» fue declarado Álvaro (Kití) Espeleta. Don Alfonso Estevanovich le entrega el platón que testimonia el afecto de todo un pueblo. Actualmente próspero empresario, don Álvaro , al igual que su hermano Rodrigo, fue portero de los equipos del \cantón.
Junto con sus padres, don Moisés y doña Carmela, forman lo que se conoce como «la dinastía de los Espo­leta», orgullosamente oromontanos.

El tesoro de José González
Se cuenta que hace muchos años, don José Gon­zález Rodríguez acostumbraba a transportar grandes cantidades de oro en barras y en mineral, extraído de las minas, hacia el puerto de exportación. En cierta ocasión, según se sabe, durante una de esas travesías, el seños González padeció un infarto, que en defini­tiva le causó la muerte, pero de momento tuvo la fuerza suficiente para enterrar las barras auríferas que transportaba, sin que se haya podido establecer el lugar exacto.

Durante mucho tiempo, numerosas personas varón por todos los rumbos del lugar donde se cree que don José González sufrió el ataque al corazón, sin que haya sido localizado el apetecido tesoro.
Con el transcurso del tiempo, la historia se hizo famosa con el nombre de «el tesoro de José Gonzá­lez”, y muy de tarde en tarde circulan noticia de alguna persona que no se resigna a dar por perdido definitivamente el supuesto tesoro, y efectúa algunas exploraciones y excavaciones, sin que hasta hoy se sepa dónde permanece o si es que alguien lo encontró y guardó el secretó, o simplemente, si ese tesoro no existió nunca.

La Quebrada de Las Huacas
Otra tradición popular se refiere a la Quebrada de Las Huacas. Se dice que la persona que llega a Miramar y bebe agua de esa quebrada nunca más se irá.
Esto, por supuesto, lo cuentan en forma jocosa, algunos que llegaron a Miramar y que, además de beber de esa agua, contrajeron nupcias con mucha­chas oromontanas y que, por alguna razón que ellos no explican, dicen haber perdido todo deseo de regre­sar a su lugar de origen.

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